La capacidad de elegir es una de nuestras más queridas posesiones, sobre todo cuando tenemos el derecho de elegir primero. En tu fiesta de cumpleaños puedes tomar el pedazo de pastel más grande. En los negocios, la gente espera que el presidente de la compañía seleccione la mejor oficina. Pero en el reino de Dios sucede de otra forma. Servir al Señor a menudo significa renunciar a nuestro derecho a seleccionar lo que nos parece mejor.
Cuando Abram (luego llamado Abraham) dejó su hogar para ir a la tierra que Dios prometió darle, se llevó a su sobrino Lot, cuyo padre había muerto. A los pocos años, Abram y Lot poseían tanto ganado que la tierra no era suficiente para los dos. Aunque Abram era mayor y era a quien Dios había prometido la tierra, le dio a Lot la primera opción cuando llegó el momento de separarse. Él dijo a su sobrino: «¿No está toda la tierra delante de ti? Teruego que te separes de mí: si vas a la izquierda, yo iré a la derecha; y si a la derecha, yo iré a la izquierda» (Génesis 13:9).
Lot escogió la bien irrigada llanura del río Jordán y colocó sus tiendas cerca de la próspera ciudad de Sodoma (vv.11-12). Abram se mudó al área menos deseable de Hebrón, y «edificó allí un altar al SEÑOR» (v.18). En vez de sentirse engañado, Abram dio gracias a Dios y afirmó su confianza en la capacidad del Señor de cumplir lo que había prometido.
El lugar más difícil para dejar que otros escojan primero puede ser nuestra familia, donde primero aprendemos a pelear por lo que nos pertenece. Se necesita una persona segura de sí misma para que no se aferre a una preciada posesión como la libertad, la independencia o el espacio.
La generosidad de Abraham creció de su confianza en Dios. Él invocó el nombre del Señor (v.4) y escuchó la voz de Dios (vv.14-17)
Si hoy hay una elección que tienes que ceder a alguien de tu familia, hazlo confiadamente sabiendo que la paz de Dios al dar vale mucho más que cualquier cosa que obtengas aferrándote a ella- DCM