Un día, cuando estaba en el metro, noté a un bebé que estaba sentado sobre las rodillas de su madre llorando incontrolablemente. Los demás pasajeros habituales estaban claramente irritados por el comportamiento del niño y por la incapacidad de la madre de tranquilizarlo. La avergonzada madre trataba de apaciguar a su bebé, pero éste no respondía. En mi deseo de ayudarla le pregunté que creía que le pasaba al niño. La angustiada madre dijo con un tono de impotencia: «Sufre de mareo y se altera cuando está en un vehículo en movimiento.»
Comencé a pensar en cuán a menudo me irrito por el comportamiento de alguien sin pensar por qué esa persona podría estar actuando de esa manera. En vez de ello, podría preguntarme cómo me sentiría si yo estuviera en su pellejo.
En Colosenses 3 se nos dice que nos soportemos unos a otros. Dios nos ha hecho a cada uno de una manera única. Sin embargo en nuestras diferencias experimentamos conflicto unos con otros, especialmente cuando trabajamos juntos.
Yo solía trabajar con una líder desorganizada de un pequeño grupo en mi iglesia, quien era una constante frustración para mi personalidad más organizada. Más adelante, cuando el grupo cambió de líder, llegó alguien que era más organizada. Al comienzo estaba feliz de trabajar con ella, pero luego, su naturaleza franca demostró ser demasiado severa para mi ego sensible. Su tendencia a decir lo que pensaba chocaba con mi tendencia a ser más diplomática.
Al mirar atrás me di cuenta de que necesitaba aceptar a mi líder tal y como era, en vez de tratar de cambiarla. Cuando aprendo a «aguantar» las diferencias de alguien puedo crecer como una persona que puede manejar cambios de último minuto y ser menos sensible a los comentarios de los demás.
Dios sigue enseñándome acerca del verdadero amor y la verdadera aceptación. —JL