Muchos sabemos lo que es estar en un techo empinado o sobre alguna otra inclinación resbaladiza de lodo, hielo o grava suelta.
Entonces, cuando alguien usa la metáfora de la «pendiente resbaladiza» para tratar de evitar un paso en falso, aunque sea pequeño, en una dirección peligrosa, entendemos muy bien la advertencia. Sentimos ansiedad por una decisión que, de pronto, podría colocarnos en un terreno perjudicial.
Muchos también sabemos que la Biblia describe los caminos resbaladizos en los que terminamos cuando deliberadamente le damos la espalda a Dios. El profeta Jeremías se refiere a aquellos que voluntariamente ignoran el peligro real, cuando escribe: «Por tanto, su camino será como resbaladeros en oscuridad; serán empujados, y caerán en él; porque yo traeré mal sobre ellos en el año de su castigo, dice Jehová» (Jeremías 23:12).
Entonces, sin ningún tipo de ambigüedad, debemos reconocer que los que por propia voluntad saltan las barreras y las vallas de la advertencia moral y espiritual pueden exponerse a un verdadero peligro.
Sin embargo, hay otra cara de las advertencias sobre las pendientes resbaladizas. Esas metáforas a veces son falsas alarmas. Pueden ser una manera de decir: «¡Viene el lobo!», cuando no hay ninguno.
En el mundo de la lógica y el debate, el argumento de la pendiente resbaladiza se considera una falacia porque, a menudo, se ha usado como táctica amenazante para exagerar la presencia del peligro. En esos casos, la advertencia no se basa en el buen juicio ni en una prueba real, sino que cuestiona prematuramente: «¿Si no decimos que no a esto, dónde vamos a marcar el límite?».
Evidentemente, hay momentos correctos para tales precauciones. Si no existe una buena razón para hacer algo que no sea apostar a lo seguro, ¿por qué meternos en problemas cuando ya tenemos suficientes?
¿Pero qué sucede con esas circunstancias cuando, al preocuparnos por otros, corremos el riesgo de dar lugar a la crítica? En tales casos, el Hijo de Dios nos brinda otra manera de pensar sobre las advertencias de las pendientes resbaladizas.
En una ocasión, Jesús permitió que Sus hambrientos discípulos recogieran granos un sábado, el día de reposo, para satisfacer su hambre (Marcos 2:23-28). Cuando los líderes religiosos lo criticaron, les respondió que el sábado se hizo por causa del hombre y no el hombre por causa del sábado (2:27). Con pocas palabras, Jesús les recordó a Sus críticos que la ley debe comprenderse a la luz de su propósito.
En otra ocasión, Jesús volvió a enfatizar el espíritu de la ley al usar deliberadamente el séptimo día de la semana para sanar a un hombre de una grave enfermedad que lo aquejaba. Cuando lo criticaron por una posible infracción de la ley sobre «no trabajar», Jesús les preguntó a Sus críticos quién de ellos dudaría en socorrer a un animal en peligro que hubiera caído en un pozo un sábado (Lucas 14:5). En nuestros días, la pregunta sería algo así como: «¿Quién de ustedes, después de llamar a emergencias para informar sobre un incendio domiciliario esperaría que los camiones de bomberos en camino respetaran los límites de velocidad?».
Con un ejemplo que pudiera entender un niño, Jesús les recordó a los maestros de Israel que ellos no tenían problemas para comprender la esencia de la ley cuando esta tenía que ver con sus propios intereses.
Sin embargo, estas no fueron las únicas veces en que el Hijo de Dios debió explicar lo evidente a los maestros de la nación. En otra ocasión, un grupo de líderes religiosos arrastró a una mujer frente a Jesús, diciendo que la habían sorprendido en el acto de adulterio (Juan 8:4). Continuaron recordándole al Maestro que Moisés había ordenado que tal persona fuera apedreada, y se preguntaban qué pensaba Él que debían hacer con ella.
El autor del Evangelio nos explica que los líderes religiosos hicieron eso para intentar atrapar a Jesús diciendo algo que ellos pudieran usar en Su contra. Querían ver si el Hijo de Dios se atrevería a ser misericordioso con ella. De ser así, ¿dónde marcaría el límite el Maestro?
En respuesta, Jesús se inclinó y escribió algo en la tierra. Juan no nos dice qué fue exactamente, pero podría haber sido: «¿Dónde está el hombre?». No importa qué escribió; lo que el Señor dijo después marcó una línea que ellos no esperaban. Instó al que no tuviera pecados a arrojar la primera piedra (Juan 8:6-7). Seguidamente, se agachó y volvió a escribir en tierra mientras, uno a uno, los acusadores se fueron en silencio.
¿Qué sucedía con la ley? ¿Cómo podía Jesús ignorar a Moisés sin encabezar el trayecto descendente en una pendiente resbaladiza hacia la anarquía moral?
Quizá la respuesta se encuentre en el primer capítulo del mismo Evangelio. Allí Juan nos dice que la ley vino a través de Moisés, pero la gracia y la verdad vinieron por Cristo Jesús (1:17).
Antes de completar Su período en la tierra, Jesús respondió sobre las pendientes resbaladizas. Fundamentado en Su muerte por nosotros, pudo guiar a Sus seguidores para que estuvieran más motivados por el bienestar de otros que por el miedo a la crítica. En lugar de cuestionarnos «¿dónde pondremos el límite si comenzamos así?», preguntamos «¿qué nos piden la verdad y el amor en esta situación?».
Jesús nunca quebrantó la ley del amor, aunque muchas veces se resistió a usar mal el argumento de la pendiente resbaladiza. Por el contrario, comió y bebió con pecadores, convirtió a la samaritana en heroína de una de Sus historias y, un sábado, sanó al enfermo.
Padre celestial, por favor danos el discernimiento necesario para ver la diferencia entre el peligro real y las falsas alarmas. Líbranos de los miedos que evitan que amemos con valentía a aquellos por quienes tu Hijo murió.