Si me preguntaras quién soy, te diría que soy seguidor de Cristo. Sin embargo, debo admitir que, a veces, seguirlo es un verdadero desafío. Él me dice que haga cosas como regocijarme cuando me persiguen (Mateo 5:11-12), poner la otra mejilla (vv. 38-39), dar a la persona que quiere quitarme algo (vv. 40-42), amar a mis enemigos, bendecir a quienes me maldicen y hacer bien a los que me odian (vv. 43-44). Esta clase de vida me parece totalmente al revés.
Pero he llegado a la conclusión de que Él no es el que está al revés, sino yo. Todos nosotros nacimos caídos y destruidos. Al haber sido retorcidos por el pecado, nuestros primeros instintos suelen ser equivocados, lo que inevitablemente genera un gran caos.
Somos como una tostada untada con mermelada, que ha caído al revés en el piso de la cocina. Dejados a la ventura, podemos convertir todo en un tremendo lío. Pero, entonces, llega Jesús y, como si fuera una espátula divina, nos levanta del suelo de nuestro andar pecaminoso y nos da la vuelta. Y a medida que seguimos sus caminos desde el lado correcto, descubrimos que poner la otra mejilla impide que generemos una pelea, que es mejor dar que recibir y que morir al yo es la mejor manera de vivir.
Después de todo, Sus caminos no son nuestros caminos (Isaías 55:8), ¡y he llegado a darme cuenta de que Sus métodos son siempre lo mejor!