A veces, las personas que sirven a Dios viven con una implícita «fe por contrato». Como dan tiempo y energía a la obra del Señor, piensan que merecen ser retribuidos con un trato especial.
Pero este no es el caso de mi amigo Douglas. En muchos aspectos, ha tenido una vida parecida a la de Job, ya que experimentó el fracaso en su ministerio, la muerte de su esposa tras un cáncer, y heridas, tanto él mismo como su hijo, al ser atropellados por un conductor borracho. Aun así, Douglas aconseja: «No confundas a Dios con la vida».
Cuando aparecen los problemas y surgen las dudas, suelo leer Romanos 8: «¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?» (v. 35). En esa única frase, Pablo resumió la biografía de su vida y de su ministerio. Soportó pruebas a causa del evangelio; sin embargo, tenía la clase de fe que creía que Dios podía utilizar esas «cosas» —sin duda, inherentemente desagradables— para bien. Había aprendido a ver más allá de las dificultades para contemplar a un Dios amoroso que un día prevalecerá sobre todo eso. Escribió: «… estoy seguro de que [nada] nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro» (vv. 38-39).
Esta clase de confianza puede ser de muchísima ayuda para vencer el desánimo al ver que la vida no ha sido como nosotros esperábamos.