Después que Ffyona Campbell se hizo famosa por ser la primera mujer en dar la vuelta al mundo caminando, la alegría le duró poco. A pesar de los elogios que recibió, algo la angustiaba. El sentimiento de culpa la abatía y la condujo al borde de una crisis nerviosa.
¿Qué le molestaba? «No deberían recordarme como la primera mujer que dio la vuelta al mundo caminando —al final admitió—. Hice trampa». En el trayecto, violó las indicaciones del Libro Guinness de récords mundiales al hacer parte del camino en un camión. Para limpiar su conciencia, llamó a su patrocinador y le confesó el engaño.
Dios nos ha dado a cada uno una conciencia que nos hace sentir culpables cuando hacemos algo malo. En Romanos, Pablo la describe diciendo que ella nos acusa o nos defiende (2:15). Para el seguidor obediente de Cristo, ocuparse de la conciencia es una forma importante de permanecer dentro de los límites de la moralidad a pesar de ser imperfecto. Confesar el pecado, alejarse de él y enmendar los daños debería ser un estilo de vida (1 Juan 1:9; Levítico 6:2-5).
Pablo fue un modelo de cómo cuidar la conciencia, al decir: «Y por esto procuro tener siempre una conciencia sin ofensa ante Dios y ante los hombres» (Hechos 24:16). Mediante la confesión y el arrepentimiento, le rendía cuentas a Dios constantemente. ¿El pecado te está molestando? Sigue el ejemplo de Pablo: procura tener una conciencia limpia.