Me reuní con él en el comedor del sindicato de estudiantes de la universidad. Había un bastón apoyado contra la mesa. Poco después de que comenzara a hablar con él, me dijo que estaba muriendo de leucemia. Su única oportunidad de sobrevivir era un trasplante de médula.
La única persona que calificaba como donante para este joven moribundo era su hermano. Pero éste se negaba a ayudar. En la mirada y en la voz del estudiante con el que hablaba pude detectar fácilmente su frustración, su amargura y su ira.
Él se daba cuenta de que su amargura lo estaba derrotando. Hasta mencionó que probablemente necesitara conversar con Dios mucho más acerca de la situación. Sabía que Dios lo había perdonado en Cristo, pero no le estaba resultando tan fácil perdonar a su
hermano. El dolor era demasiado profundo.
En Mateo 18, Jesús ofreció una perspectiva sobre el perdón que debería ayudarnos a todos a hacer lo que es difícil de hacer. Señaló que si no perdonamos a los demás, somos como el siervo a quien se le perdonó una deuda de millones de dólares, pero que rehusó perdonar a una persona que le debía unos cuantos pesos.
Todos hemos ofendido a Dios profundamente con nuestra desobediencia. Todos hemos demostrado ser indignos de confianza. Pero a través de Cristo, Dios nos perdona gratuita y completamente cuando aceptamos por fe su generosa oferta de perdón.
Ahora bien, como personas perdonadas, cuando los demás nos hieren, ¿qué vamos a hacer? ¿Cómo vamos a vencer la amargura y la ira? Debemos recordarnos a nosotros mismos que Dios nos ha perdonado, aun cuando no lo merecíamos. Y si no hacemos lo mismo, somos como el siervo malvado.
Nadie dijo que sería fácil perdonar. Pero con la ayuda del Espíritu de Dios, podemos perdonar aun cuando sea difícil. —KD
R E F L E X I Ó N
■ ¿Guardo algún sentimiento de amargura hacia alguien que me haya herido?
¿Cuán grande es esa ofensa en comparación con mi ofensa contra Dios? ¿Es hora de perdonar?
■ Si me hubiera encontrado con este joven en la universidad, ¿qué le habría dicho?