De acuerdo, lo admito. Soy adicto a la intensidad y la emoción de los dramas que pasan por la TV de juicios legales. En un episodio típico, los fiscales y los abogados de la defensa se van mano a mano para persuadir al jurado de la culpabilidad o la inocencia del acusado. En algunos
programas estoy de parte de los fiscales; en otros, de parte de la defensa.
En Miqueas 6, Dios usó el escenario de un tribunal para presentar una fuerte acusación contra su pueblo. Dios dijo que «tenía un pleito con Israel» (v.2). Lo acusó de numerosos delitos espirituales: sacrificios a las deidades paganas, engaño a los pobres y uso de la riqueza para
cometer impunemente actos de violencia (vv.9-13).
Es interesante notar que aquel era un juicio unilateral. A la nación no se le permitió hacer una declaración de defensa. ¿Por qué? Porque era culpable delante de Dios el Juez, y su castigo sería el exilio en Babilonia.
El Señor también tiene una acusación en nuestra contra. Todos somos culpables de pecado (Romanos 3:23). Vamos camino a un castigo justo mucho peor que el exilio (Juan 3:17). Pero Dios ha salido en nuestra defensa. En la persona de su Hijo proveyó de una expiación definitiva por nuestros pecados cuando Jesús murió en la cruz. Cuando creemos en Él, somos declarados justos (Romanos 3:24). La condenación no nos espera más (8:1), porque nuestros pecados son perdonados mediante nuestra fe en Jesucristo.
Amigo o amiga: si nunca has confiado en Jesucristo como Salvador, la acusación de Dios contra ti sigue en pie. Eres culpable de pecado y mereces castigo. Pesa sobre ti una sentencia de muerte. Tu única esperanza es creer en Jesucristo. Admite delante de Dios tu culpa y tu incapacidad de hacer nada que te salve. Dile que crees en Jesús. Cuando lo hagas, en el drama legal de tu vida serás declarado justo a causa de Jesús. ¡Caso cerrado! —DE
R E F L E X I Ó N
■ Si fuera a comparecer hoy delante de Dios el Justo, ¿me sentiría confiado debido a mi fe en Jesucristo?
■ Israel era culpable de numerosos delitos espirituales. ¿Me hace eso pensar en mi propio país? ¿En mi ciudad? ¿En mí?
■ ¿Cómo son evidentes en la salvación la justicia y la misericordia de Dios? ¿En mi experiencia?