Mientras miraba a los miembros de mi familia alrededor de la mesa para celebrar el Día de Acción de Gracias, sonreí ante la variedad de talentos que había. En un extremo estaban sentados médicos; en el otro, músicos. Gracias a los primeros, los cuerpos humanos funcionan con más eficacia; y a los segundos, sonidos hermosos elevan nuestro espíritu y tranquilizan nuestra mente turbada.
Aunque sus capacidades son sumamente distintas, tanto unos como otros dependen de una misma cosa: un universo ordenado. Sin orden, no habría previsibilidad; si no hubiera previsibilidad, nos habría ni música ni medicina.
Dentro del orden mundial, la enfermedad es una señal de que algo está «fuera de orden». La sanidad es un indicio de que, un día, Dios restaurará todas las cosas a su estado original (Hechos 3:21). Cuando Juan el Bautista quiso saber si Jesús era «el que había de venir», el Señor le respondió: «Id, y haced saber a Juan […]: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio» (Lucas 7:20-22). La recuperación de la salud comprobaba que Jesús era el Mesías de Israel (Malaquías 4:2).
Doy gracias por la música que alivia mi mente y mi alma agitadas, y por la medicina que cura mi cuerpo, porque estas cosas me recuerdan sobre la sanidad y la restauración definitivas que Cristo está llevando a cabo.