Cuando mi hija y su familia vinieron a visitarnos, tuve la oportunidad de invitar a una salida de «hombres» a mi hijo y a mis dos yernos.
Decidimos que, mientras las mujeres iban de compras, nosotros iríamos a un polígono de tiro a practicar disparos al blanco. Rentamos dos pistolas y apuntamos a los objetivos. Mientras tirábamos, los cuatros nos dimos cuenta de que, en una de las armas, la mira estaba colocada demasiado baja. Si apuntábamos con esa mira, pegábamos en la parte inferior del blanco. Para dar cerca del centro, debíamos apuntar más arriba.
¿La vida no se parece un poco a eso? Si ponemos la mira muy abajo, no logramos todo lo que podríamos. A veces, debemos apuntar alto para alcanzar una meta deseada.
¿Cuál debería ser nuestro objetivo en la vida? ¿A qué altura tendrían que apuntar nuestras ambiciones? Bien, como las Escrituras son nuestra guía verdadera, a lo único que debemos apuntar es a la madurez espiritual. En efecto, cuando Pablo se despedía de la gente de Corinto, dijo: «… perfeccionaos…» (2 Corintios 13:11). Y Jesús también expresa con Sus labios el elevado objetivo de estas palabras: «Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto» (Mateo 5:48).
La perfección es un blanco excelente, y en esta vida no lograremos alcanzarla, pero si queremos honrar a Dios y acercarnos a esa meta sublime, debemos apuntar alto.