Uno de los mayores obstáculos para mostrar compasión es prejuzgar sobre quién creemos que la merece. Jesús relató una parábola para responder la pregunta: «¿Y quién es mi prójimo?» (Lucas 10:29). Es decir, ¿quién merece nuestras acciones bondadosas?
Jesús contó sobre un hombre que viajaba por el notoriamente peligroso camino que unía Jerusalén con Jericó. Durante el recorrido, se encontró con unos ladrones que lo asaltaron, lo golpearon y lo abandonaron pensando que estaba muerto. Unos judíos religiosos (un sacerdote y un levita) pasaron junto a él, pero por el otro lado del camino, quizá ante el temor de contaminarse para ejercer sus rituales religiosos. Pero pasó un samaritano que demostró una compasión incondicional hacia el hombre extraño y herido.
Es probable que los oyentes de Jesús hayan contenido el aliento ante estas palabras, porque los judíos despreciaban a los samaritanos. Aquel samaritano podría haber limitado su compasión o discriminado al moribundo judío. Sin embargo, no circunscribió su bondad a aquellos a quienes consideraba dignos de recibirla, sino que vio un ser humano necesitado y decidió ayudarlo.
¿Estás limitando tu bondad a las personas que consideras merecedoras de ella? Como seguidores de Jesús, busquemos formas de demostrar bondad a todos; en especial, a aquellos que juzgamos indignos de recibirla.