La chica de tus sueños te detiene cuando sales de tu clase de contabilidad. «¿Cuál sería una manera agradable de decirle a alguien que te gusta?» —te pregunta con una sonrisa de oreja a oreja.
Estás seguro de que está hablando de ti, por lo que sugieres: «Una galleta grande salpicada de chocolate y una notita estarían bien.»
Al día siguiente, claro, te encuentras con ella otra vez… galleta de chocolate y nota en mano. Te las da y te dice: «¿Podrías darle esto a Roberto?» (Roberto, por supuesto, es tu mejor amigo.)
Tienes la suficiente compostura como para seguir sonriendo, aun cuando te sientes sonrojar. Sin decir una palabra, agarras el estúpido regalo, te das la vuelta, y te vas.
En el libro de Ester, Amán experimentó un «giro» similar. Amán era un un tipo codicioso, manipulador y hambriento de poder. Mardoqueo, su archienemigo, era un judío humilde que había descubierto un complot para asesinar al rey años atrás, pero nunca lo habían
recompensado por ello.
De modo que cuando el rey le dice a Amán que está pensando honrar a alguien, Amán cree que él es esa persona. Después que Amán describe una ceremonia que suena como si saliera directamente de una coronación británica, el rey le dice que la prepare… ¡para Mardoqueo!
Amán queda anonadado.
Siempre que empezamos a autopromovernos, como lo hizo Amán, estamos en peligro de la misma humillación. La Biblia nos instruye a que «busquemos el provecho de los demás» (Filipenses 2:4), y que confiemos en que Dios suplirá nuestras necesidades. Si nos envolvemos en nuestros propios intereses, siguiendo los valores de nuestra cultura, siempre estaremos procurando ser el No. 1.
En lugar de eso necesitamos dejar que Dios tome el control. Después de todo, todo lo que somos o tenemos viene de Él.
Cuidado con el gran giro que viene de ser orgullosos. Mientras más alto te eleves, más dura será la caída. —JC
R E F L E X I Ó N
■ ¿En qué situaciones tiendo a promoverme más?
■ ¿Qué voy a hacer para humillarme a los ojos de Dios, confiando en que Él me exaltará?