¿Cuándo fue la última vez que miraste a los ojos de esa persona tan especial, te acercaste un poco más, y le dijiste: «¡Te deseo!»
¡Epa! Esas dos palabras no tienen la misma fuerza que «Te amo». Pero, ¿es siempre lo que decimos lo que queremos decir?
En nuestra lucha continua para distinguir entre la lujuria y el amor, Oswald Chambers ofrece estas reflexivas palabras: «La lujuria significa literalmente: “Debo obtenerlo enseguida y no me importa cuáles sean las consecuencias.” La lujuria, en sus más altas y más bajas
manifestaciones, simplemente quiere decir: busco una criatura que me dé lo que sólo Dios puede dar, y me vuelvo cruel, vengativo, celoso y resentido con aquel de quien exijo lo que sólo Dios puede dar. La lujuria se disputa el trono de Dios en nosotros: “Me he propuesto esto o aquello y debo tenerlo ya.”» El amor es lo contrario; el amor puede esperar interminablemente.»
La lujuria es más que un anhelo de gratificación sexual. Puede invadir nuestras aspiraciones de servir a Dios e interferir con nuestra motivación para sobresalir y lograr cosas. Siempre está buscando un atajo y puede hacernos insistir en llevar a cabo nuestros propios planes cuando la Palabra de Dios y su Espíritu que nos guía indican claramente otro camino.
Una guía tierna y a la vez intransigente para distinguir entre la lujuria y el amor es 1 Corintios 13: «El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia; el amor no es jactancioso, no se envanece, no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, sino que se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta» (vv.4-7).
La lujuria insiste en tenerlo ya. El amor anhela nada menos que el espíritu cristiano de obedecer la voluntad de Dios mientras espera Su tiempo y Su manera. —DM
R E F L E X I Ó N
■ ¿Con qué clase de lujuria lucho más hoy?
■ ¿Qué voy a ganar si consigo lo que quiero hoy? ¿Qué voy a perder?
■ ¿Dónde puedo conseguir la clase de amor que espera la voluntad y la manera de Dios?