Hace varios años, mi esposo me ayudó a guiar un grupo de alumnos de escuela secundaria en un corto viaje misionero para trabajar en una escuela cristiana en una comunidad urbana. Lamentablemente, Tom se había quebrado el pie poco antes del viaje, por eso, supervisaba el trabajo desde una silla de ruedas. Estaba desanimado porque no podía participar como había pensado.
Mientras él trabajaba en la planta baja, unas chicas estaban pintando en el tercer piso. Podía escucharlas cantando en voces coros de alabanza que resonaban a través de las amplias escaleras. Cada una de las canciones lo estimulaba espiritualmente. «Fue el sonido más hermoso que escuché en toda mi vida —me dijo más tarde. —Y me levantó el espíritu».
Colosenses 3 nos recuerda: «La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales» (v. 16). Esas jovencitas adolescentes no sólo ofrecían una dulce alabanza a Dios, sino que también ministraron a un colaborador en la obra.
Cualquiera que sea la actividad que hagas hoy, cultiva una actitud de alabanza. Ya sea por medio del canto o de la conversación, haz que el gozo del Señor repercuta en otras personas. Nunca sabes a quién podrías llegar a alentar.