El verano pasado, mi esposo y yo viajamos en tren desde Grand Rapids hasta Chicago. Como nuestros asientos miraban hacia la parte posterior del tren, lo único que podíamos ver era donde ya habíamos estado, no hacia donde íbamos. Edificios, lagos y árboles pasaban volando tras la ventanilla, después de haberlos dejado atrás. No me gustó. Prefiero ver hacia dónde voy.
A veces, también podemos sentirnos así en cuanto a la vida: deseamos poder ver el futuro. Nos gustaría saber cómo resultarán ciertas situaciones, de qué modo contestará Dios nuestras plegarias. Sin embargo, lo único que podemos saber es dónde estuvimos. Es decir, esto sería así si no fuera por la fe.
Hebreos 11, el «capítulo de la fe» de la Biblia, nos habla de dos verdades que algunas personas del Antiguo Testamento sólo pudieron ver por la fe. Habla de Noé, de Abraham y de Sara, quienes murieron conforme a la fe, mirando de lejos lo prometido. «Creyéndolo, y saludándolo», miraban al futuro, a «una [patria] mejor, esto es, celestial» (vv. 13,16). Además de la promesa del cielo, el versículo 27 nos dice que, por la fe, Moisés se sostuvo «viendo al Invisible», que se refiere a Cristo.
Aunque no sepamos cuál será el resultado de las luchas que enfrentamos hoy, los creyentes en Jesús podemos, por la fe, ver hacia delante, al lugar adonde vamos: Tendremos un lugar celestial donde viviremos con Cristo para siempre.