Mark tenía una herida profunda, pero no era visible. De hecho, si no pensaba en ella, el dolor se desvanecía en medio de las incontables actividades en las que estaba involucrado. La clave era mantenerse activo.
¿Que si estaba ocupado? ¡Mucho! Mark dirige un ministerio nacional de reconciliación racial. Es un creyente que tiene treinta y pico de años y que trata de llegar a las personas de todas las razas… aunque el color de su piel resulta ser negro.
Con ministerio y todo, la herida estaba bien escondida. Entonces, un día, la herida se abrió de nuevo.
El hijo de 4 años de Mark miró a su padre a los ojos y preguntó inocentemente: «Papito, ¿tienes tú un papito?»
A Mark se le llenaron los ojos de lágrimas inmediatamente. Nunca había conocido a su padre. La ira que había sentido toda su vida por las cosas de las que se había perdido —el abrazo de un padre, jugar a atrapar la pelota, consejos sobre lo que es ser un hombre— le quemaba las entrañas.
Para su propio asombro, Mark se volvió y dijo: «Sí, y tú vas a conocer a tu abuelito.»
En unos cuantos días, Mark averiguó dónde vivía su padre. Él y su hijo emprendieron un viaje para verlo cara a cara. Varios cientos de kilómetros después, llegaron a la casa de su padre.
Mark hizo una pausa cuando vio a un hombre mayor salir con dificultad por la puerta frontal. Pero su hijo abrió la puerta del auto de par en par y saltó a los brazos de su abuelo, sonriendo y diciendo: «¡Abuelito, abuelito!»
A Mark se le derritió el corazón. Salió del auto y se acercó para tocar al padre que nunca había conocido.
Con el tiempo, el padre de Mark y dos medio hermanas suyas llegaron a conocer a Cristo como Salvador personal a través del testimonio de amor de Mark. Poco
tiempo después, el padre de Mark murió.
En el funeral, Mark lloró de gozo. Cristo sana las heridas del corazón. Él sabía que el perdón que Dios le había dado en Cristo se había manifestado a su padre por medio de él. Al perdonar, había conocido un gozo más profundo. —TF
R E F L E X I Ó N
■ ¿Hay alguien a quien necesite perdonar? ¿Qué me detiene?
■ ¿Por qué debería perdonar? ¿Tengo que hacerlo realmente?