Estaba en un encuentro de fútbol americano donde jugaba mi nieto, que iba al octavo grado, cuando el árbitro indicó que había existido una falta y detuvo el partido. Al parecer, después de haber arrojado el balón, el muchacho que la había pasado, fue tacleado, lo cual hizo que se lanzara una bandera que indicaba el penalti. El comentarista, desde la cabina de prensa, dijo: «Hay una bandera en el campo. La falta fue jugada brusca al pastor… Quise decir, jugada brusca al pasador». En cuanto escuché eso, pensé: ¡Hoy Dios podría sancionar ese penalti a algunas iglesias!
No significa que los pastores sean perfectos. Si esto fuera lo que buscamos, la norma sería tener iglesias sin pastores. Lo que sucede es que Dios nos indica honrar a quienes nos lideran espiritualmente, en particular, a «los que trabajan en predicar y enseñar» (1 Timoteo 5:17). En mi opinión, la labor de pastorear es una de las más difíciles del mundo. Vivimos en un mundo sofisticado, apresurado y complejo, y nuestras expectativas de un pastor de «alto rendimiento» suelen establecer el parámetro a alturas inalcanzables.
Por lo tanto, cambiemos el enfoque y convirtámonos en miembros de alto rendimiento en iglesias que honren a sus pastores con palabras de aliento y con oración. Una nota de reconocimiento o un «gracias» al entrar a la iglesia servirán muchísimo para estimular a los pastores a servir con gozo y eficacia.