«Piensa en lo bien que te vas a sentir cuando deje de doler», decía mi padre. Cuando era niña, solía recibir este consejo de mi papá; en general, después de algún golpecito o raspón sin importancia que desencadenaba una exorbitante reacción dramática de mi parte. En aquella época, el consejo no me servía, porque en lo único que podía pensar era en mi dolor, ante el cual, la única reacción apropiada eran gemidos a toda voz acompañados de baldes de lágrimas.
No obstante, con el paso de los años, el consejo de mi padre me ha ayudado a atravesar algunas situaciones verdaderamente angustiosas. Ya sea que se tratara del dolor de un corazón quebrantado o de la tristeza de una enfermedad interminable, recordaba: Ahora no es siempre.
La confianza que tenemos como creyentes es que Dios tiene un buen plan para nosotros. El sufrimiento no formó parte de Su creación original, pero sirve de recordatorio temporal de lo que sucede en un mundo donde el orden divino ha sido quebrantado. También nos motiva a comunicar el mensaje del plan de Dios para redimir a la humanidad del sufrimiento causado por el pecado.
Aunque no podemos evitar el dolor ni la decepción (Juan 16:33), sabemos que son sólo transitorios. Algunas angustias se aliviarán en esta vida, pero todas desaparecerán cuando Dios, en definitiva y con autoridad, establezca Su cielo nuevo y tierra nueva (Apocalipsis 21:1). Ahora no es siempre.