En enero de 2009, durante un viaje de investigación a Alemania, me afligí mucho al saber que nos alojaríamos en un monasterio. Imaginé un lugar austero, sin calefacción, con pisos de piedra fríos y camas duras. Sin embargo, me encontré con un cuarto cálido, agradable y cómodo. Mi colega comentó: «Los monjes creen en el principio de tratar a sus huéspedes como lo harían con Jesús». Aunque ellos no viven con tantas comodidades, igualmente están contentos.

Robert Herrick, poeta inglés del siglo xvii, escribió:

Cristo, Él aún exige, dondequiera que va, como comida o alojamiento, el mejor de los cuartos.

Déjalo que Él escoja, concédele la parte más noble de toda la casa: lo mejor de todo es el corazón.

[Trad. lit.]

Al parecer, es más fácil recibir a Cristo con alegría en nuestro corazón que poner nuestra vida al servicio de la gente. Ya sea que se trate de un cuarto en nuestra casa o de un tiempo entre nuestras actividades, solemos tratar a las personas como intrusos en lugar de invitados.

El apóstol Pedro escribió: «Y ante todo, tened entre vosotros ferviente amor; porque el amor cubrirá multitud de pecados. Hospedaos los unos a los otros sin murmuraciones» (1 Pedro 4:8-9).

Honramos a Cristo al darle a Él el mejor cuarto, nuestro corazón, y al ser hospitalarios con los demás.