El libro El predicador de los presidentes relata el ministerio del evangelista Billy Graham. Desde la presidencia de Harry S. Truman hasta la de George W. Bush, Graham solía tener libre acceso a la Casa Blanca. No obstante, a pesar de su inusual esfera de influencia, continuamente acreditaba tal proyección a la gracia de Dios que obraba a través de él, no a algún talento particular que él tuviera.

El apóstol Pablo fue otro creyente llamado a dar testimonio a personas de mucha autoridad. Cristo dijo de él: «instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel» (Hechos 9:15).

En Hechos, leemos que la esfera de influencia de Pablo incluyó gobernantes tales como Félix, Festo, Herodes Agripa y quizá el mismo César (Hechos 24–26). Sin embargo, así como Billy Graham lo haría siglos después, Pablo le atribuía todo a la gracia de Dios que obraba a través de él: «No yo, sino la gracia de Dios conmigo» (1 Corintios 15:10).

Tal vez tú no seas llamado a proclamar el evangelio ante jefes de estado, pero Dios ha colocado personas en tu vida a quienes Él quiere que les compartas Su mensaje de esperanza. ¿Por qué no oras pidiéndole al Señor que te dé oportunidades para que Su gracia fluya a través de ti al testificarle a alguien dentro de tu esfera de influencia?