En su libro Loco amor, Francis Chan cuenta de una familia que tiene una interesante tradición navideña. La mañana del 25 de diciembre, la familia Robynson no se concentra en abrir regalos debajo del arbolito de Navidad, sino en hacer panqueques y café para servirles el desayuno a personas que no tienen un hogar. Es una forma sencilla, pero creativa, de mostrar el amor y la generosidad de Dios a los pobres.

Dios espera esta clase de generosidad de parte de Su pueblo. En Deuteronomio 15, Moisés señaló la realidad de la pobreza y la manera en que los más ricos deben ocuparse del tema. A estos se les advirtió sobre cuatro peligros:

Un corazón endurecido, que ignora las necesidades de los pobres (v. 7).

Una mano cerrada, que retiene lo que les falta a los pobres (v. 7).

Un pensamiento perverso, que vacila en cuanto a prestar dinero a los pobres o se niega a hacerlo porque se aproxima el año de cancelar las deudas (v. 9).

Un espíritu mezquino, que es renuente a satisfacer las necesidades de los pobres que hay entre ellos (v. 10). No sólo se les advirtió sobre el egoísmo, sino que, más importante aun, se los instó a ser espontáneamente generosos (vv. 8,10,11).

El pueblo de Dios siempre debe tener un espíritu generoso hacia los pobres. Abramos nuestros corazones y nuestras manos. —MLW

Había tres clases de siervos en aquellos días: trabajadores diurnos que recibían su paga a diario; sirvientes contratados que trabajaban muchas horas en la propiedad, pero que vivían en el pueblo manteniendo intacta su independencia; o siervos de amor que vivían en el lugar de trabajo y entregaban todo de sí para servir a la familia.

Cuando el hijo pródigo tocó fondo, es interesante observar que pensó en disculparse preguntando si podía convertirse en un jornalero, un sirviente contratado. ¿Por qué no convertirse en un agradecido siervo de amor? Algunos comentaristas sugieren que quizá intentó negociar un trato, una manera de obtener un sueldo y mantener también su independencia.

A menudo, le decimos a Dios algo así: «Te voy a servir, pero no puedes quitarme mi libertad». Al principio, puede parecer un buen negocio, pero el trato que Dios ofrece es mucho mejor. Tal como hizo el padre del muchacho, los brazos del Señor están abiertos y dispuestos a recibir como parte de Su familia a los pecadores arrepentidos. ¡No puede haber mejor trato ni mejor manera de servirle!