Hubo una época en que una ciudad del oeste de los Estados Unidos quizá haya sido el lugar más hostil del país al evangelio. Las cafeterías tenían carteles con anuncios de reuniones de hechiceros para aprender a embrujar a los enemigos.
El entorno era tan desafiante para las iglesias que casi no conseguían permisos del concejo municipal para congregarse. Muchos líderes de esas iglesias sólo se lamentaban de la situación, hasta que un grupo de pastores comenzó a reunirse con regularidad para orar y después decidió practicar el amor de Jesús en la ciudad. Comenzaron un ministerio entre los «sin techo», los enfermos de SIDA y los jóvenes en situación de riesgo. Con fidelidad y un propósito definido, suplieron con el amor de Dios las necesidades de la gente dolida. Poco después, las organizaciones locales comenzaron a convocarlos para ayudar. Y lo más importante de todo fue que las iglesias empezaron a crecer a medida que la gente respondía al evangelio expresado en acciones.
Esto comprueba lo siguiente: A veces uno tiene que «mostrar» y recién después hablar. En realidad, nadie quiere escuchar lo que tenemos para decir del amor de Jesús hasta que lo hayan visto en nuestra vida (Mateo 5:16). Entonces, aun los más acérrimos opositores quizá se alegren de que tú estés en su ciudad, su oficina o su vecindario. Y también podrías llegar a tener la oportunidad de hablarles de Cristo.