Abel no parece encajar en la primera mitad de Hebreos 11. Es el primero de los «antiguos» de esa lista, pero su historia no es como la de los otros que se mencionan allí. Enoc fue al cielo sin morir; Noé salvó a la humanidad; Abraham comenzó una nación; Isaac fue un patriarca destacado; José ascendió a lo máximo del poder en Egipto; Moisés lideró el éxodo más grandioso de todos los tiempos.
Sin duda, la fe de estos fue recompensada. Por fe, hicieron lo que Dios les pidió, y Él derramó Su bendición sobre ellos. Vieron con sus propios ojos el cumplimiento de las promesas divinas.
Pero ¿qué pasó con Abel? El segundo hijo de Adán y Eva tuvo fe, pero ¿qué recibió a cambio? Fue asesinado. Su situación se parece más a la de los que se mencionan en los vv. 35-38, quienes descubrieron que confiar en Dios no siempre genera bendiciones inmediatas. Estos enfrentaron «burlas», «cárceles», fueron «aserrados por la mitad». Nosotros quizá diríamos: «Gracias, pero no». Todos preferiríamos ser el heroico Abraham en vez de individuos que pasan «necesidades, afligidos y maltratados» (v. 37 NVI). Sin embargo, en el plan divino, no hay garantía de tranquilidad ni de fama, ni siquiera para los fieles.
Aunque experimentemos ciertas bendiciones en esta vida, tal vez debamos esperar «alguna cosa mejor» (v. 40): el cumplimiento de las promesas de Dios en gloria. En tanto, sigamos viviendo «mediante la fe».