Un hombre rellenaba una solicitud de empleo, cuando llegó a la pregunta: «¿Alguna vez fue arrestado?». Él escribió: «No». La pregunta siguiente, para que contestaran los que había respondido que sí, era: «¿Por qué?». De todos modos, el postulante la contestó escribiendo: «Porque nunca me atraparon». Sin duda, ¡él sabía que era culpable de muchas cosas!
Así le sucedió al apóstol Pablo. Él sabía que había hecho mal y que había pecado contra Dios. Escribió: «Habiendo yo sido antes blasfemo, perseguidor e injuriador» (1 Timoteo 1:13). Incluso se autodenominó «el primero» de los pecadores (v. 15).
En un tiempo, nosotros también estábamos separados del Señor por causa de nuestro pecado y éramos considerados Sus enemigos (Romanos 5:10; Colosenses 1:21). Pero, cuando confesamos nuestro pecado y reconocimos que necesitábamos ser perdonados, Él nos limpió y nos hizo personas nuevas.
Los que conocemos al Señor desde hace muchos años podemos tender a olvidarnos de dónde fuimos rescatados y cuánto se nos ha perdonado. Mencionar nuestros fracasos pasados y presentes, y alabar a Dios por Su perdón nos ayudará a no actuar como «santurrones» cuando hablamos con personas que todavía no conocen a Cristo como Salvador.
La verdad es que todos hemos sido culpables de muchas cosas, y Dios merece la gloria por Su misericordia hacia nosotros.