En un comentario sobre Eclesiastés 9:15, Martín Lutero cita la historia de Temístocles, el soldado y estadista que comandaba el escuadrón ateniense. Con su estrategia, ganó la Batalla de Salamina, expulsó al ejército persa de suelo griego y salvó su ciudad. Pocos años después, cayó en desprestigio, sus conciudadanos lo condenaron al ostracismo y fue desterrado de Atenas. Por eso, Lutero concluye: «Temístocles benefició mucho a su ciudad, pero recibió una tremenda ingratitud».

Por alguna razón, las multitudes ignoran u olvidan rápidamente el bien que un hombre pobre o humilde logra mediante su sabiduría. Pero no importa. «Mejor es la sabiduría que la fuerza, aunque la ciencia del pobre sea menospreciada» (v. 16). Es preferible ser un sabio callado y honesto, aunque olvidado, que deja un legado de buenas acciones en vez de un necio arrogante y estridente que, aunque aplaudido, «destruye mucho bien» (v. 18).

Por lo tanto, lo que en definitiva importa no es el reconocimiento ni la gratitud por el trabajo que hemos hecho, sino las almas de aquellas personas amables en quienes hemos sembrado las semillas de justicia. Dicho de otro modo: «… la sabiduría es justificada por todos sus hijos» (Lucas 7:35). ¿A quién has influido con tu sabiduría avisada y piadosa?