Hace poco, estaba pescando con unos amigos y me metí en una corriente de agua que era demasiado fuerte para mis viejas piernas. No tendría que haberlo hecho, ya que es bien sabido que uno no puede meterse en corrientes de las cuales no puede salir.
Sentí esa sensación de pánico que uno experimenta cuando se da cuenta de que está en un grave problema. Un paso más, y sería arrastrado por el agua.
Hice lo único que se me ocurrió: le grité a un amigo que estaba cerca, que es más joven y más fuerte que yo. «¡Oye, Pedro! —exclamé—, ¡por favor, dame una mano!». Mi amigo caminó por la corriente, extendió su mano fornida y tiró hasta llevarme adonde el agua estaba tranquila.
Unos días después, mientras leía el Salmo 119, me encontré con el versículo 173: «Esté tu mano pronta para socorrerme». Entonces, pensé en aquel día en el medio de la corriente de agua y en otros en que me «metí» en situaciones difíciles, sobreestimando mis débiles capacidades y poniendo en peligro a mis seres queridos y a mí. Quizá hoy te encuentres en una situación similar.
Hay ayuda cerca, un Amigo que es mucho más fuerte que tú y que yo; uno cuya mano puede asirnos (Salmo 139:10). El salmista también dice acerca de Él: «Tuyo es el brazo potente; fuerte es tu mano, exaltada tu diestra» (89:13). Puedes clamar a Dios: «¡Dame una mano!», y Él se te acercará de inmediato.