En su fascinante libro Ajos y zafiros: la vida secreta de una crítica encubierta, Ruth Reichl reflexiona sobre los seis años que trabajó como crítica de restaurantes, para el New York Times. Por ser la crítica más influyente del país, los restaurantes más importantes tenían una fotografía de ella para que los empleados la pudieran reconocer. Con la esperanza de obtener una categorización elevada en ese periódico, el personal procuraba brindarle a ella el mejor servicio y la cocina más destacada.
Ante eso, Reichl desarrolló una estrategia inteligente. Ella quería que la trataran como una clienta común, entonces, se disfrazaba. Una vez, se vistió de anciana. En un restaurante, la hicieron esperar mucho antes de darle una mesa y después no prestaban atención a sus pedidos.
En la iglesia primitiva, Santiago habló en contra del favoritismo, diciendo: «[Si] miráis con agrado al que trae la ropa espléndida y le decís: Siéntate tú aquí en buen lugar; y decís al pobre: Estate tú allí en pie, o siéntate aquí bajo mi estrado; ¿no hacéis distinciones entre vosotros mismos…?» (2:3-4).
Cuando asisten personas a nuestras reuniones, ¿las tratamos con imparcialidad o mostramos favoritismo hacia los ricos y la élite? Dios nos llama a ocuparnos de todos y a interesarnos por ellos, sin importar su condición social. ¡Demos la bienvenida a toda la gente que se una a nosotros para adorar al Rey!