La señora Ima Tarur perseguía a su esposo por entre la multitud en el zoológico sacudiendo su sombrilla y prorrumpiendo insultos. Su esposo, sudando mucho, vio que el candado de la jaula del león estaba abierto, abrió la puerta, se metió de un salto en la jaula, se escondió detrás del atónito león, y miró por encima del hombro. Su frustrada esposa batió la sombrilla, tartamudeó de la ira, y
explotó diciendo: «R-R-R-Rafael, cobarde, ¡sal de ahí!»
En cierto sentido, Rafael es como los israelitas de quienes leemos en Números 13. Sus espías habían visto algo de lo que tenían miedo. Así como la esposa de Rafael debe haberle parecido temible, así los gigantes de Canaán les parecían absolutamente aterradores al pueblo de Dios (vv.32,33). Los israelitas, igual que Rafael, estaban confundidos. Debieron haber temido al Señor más que a
los gigantes, pero no fue así.
Entonces, ¿dónde quedas tú? Probablemente no tengas una esposa temible (o de ninguna clase), y el único gigante que conozcas sea el gran baloncelista David Robinson. Pero seguro que conoces gente que te da miedo: el compañero de clases a quien no le gusta lo que crees, el instructor que te hace sentir como un burro, el jefe que no es razonable.
¿Vas a dejar que te sigan intimidando? Si temes a la gente tanto que has dejado de seguir al Señor, también has dejado de confiar en Él. No te olvides de que a Dios le importa lo que sucede en tu vida, tiene el poder para ayudarte, y ha hecho algunas promesas para guiarte. Pero no puede hacerlo todo si estás acobardado en un rincón y te da miedo confiar en Él.
¿Hay algo o alguien a quien temas? Si es así, tal vez quieras orar de esta manera:
Padre, perdóname por temer lo que no debo temer, y por no temerte ni confiar en Ti.
—MD
R E F L E X I Ó N
■ ¿Qué tipo de gente me atemoriza? ¿Las personas en autoridad? ¿La gente
blasfema? ¿Amigos que podrían abandonarme?
■ Quizás deba leer el libro de los Hechos y buscar ejemplos de creyentes que
tenían más temor de no agradar a Dios que de no agradar a la gente.