Cuando el esposo de mi vieja amiga y colega en la labor editorial sufrió un colapso y, posteriormente, murió, no existieron dudas de que había quedado sin vida. Hubo testigos. Lo mismo sucedió cuando murió Jesús. Sin embargo, en ese caso, tres días después, ¡Él resucitó de entre los muertos! No tenemos dudas de que es cierto porque hubo testigos que luego lo vieron vivo.
Cuando nos reunimos para el homenaje en memoria de Dave, leímos pasajes conocidos de las Escrituras que reafirman nuestra esperanza de que él ahora está disfrutando de una vida nueva en el cielo. No obstante, estas promesas las reclamamos por fe, ya que ninguno de nosotros fue testigo de que Dave haya ido allí. Sin embargo, en el caso de Jesús, hubo un testigo que lo vio en el cielo. Poco después de que otros testigos vieran ascender a Jesús (Hechos 1:9), Esteban vio el cielo abierto «y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios» (7:56). Una de las razones por las que sabemos que Jesús dijo la verdad acerca de ir a preparar un lugar para nosotros (Juan 14:2) es que ha sido visto vivo en el cielo.
Cuando un ser querido se nos adelanta para ir al cielo, sentimos como si fuéramos tironeados en la dirección opuesta: hacia el abismo de la tristeza. Aun así, puesto que Dios cumplió Su promesa de resucitar a Cristo y de llevarlo al cielo, podemos confiar en que Él hará lo mismo con todos los que le aman y le siguen.