El caricaturista y humorista Scott Adams se hizo famoso por su cómic llamado «Dilbert». En la década de 1990, también escribió un libro titulado El principio de Dilbert. Allí se burla de la tecnología, de las modas pasajeras en el liderazgo y de los gerentes incompetentes. Muchos se ríen a carcajadas por la manera en que estos temas del libro se vinculan con su entorno cotidiano de trabajo.
Refiriéndose a la pereza y al engaño de los empleados, el autor escribe: «Cuando se trata de escaparle al trabajo, está bien que diga que estudié con los maestros. Después de nueve años […] aprendí casi todo lo que hay que saber acerca de parecer ocupado sin realmente estarlo».
Sin embargo, los creyentes tienen un llamado mucho más elevado en lo que respecta a tratar con sus jefes. Las Escrituras nos instan a mostrar una actitud respetuosa hacia aquellos que nos supervisan: «Siervos, obedeced a vuestros amos terrenales con temor y temblor, con sencillez de vuestro corazón, como a Cristo; no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino como siervos de Cristo, de corazón haciendo la voluntad de Dios» (Efesios 6:5-6).
La ética laboral correcta comienza con un corazón sincero que considera que Jesucristo es nuestro jefe. Le agradamos a Él cuando servimos con diligencia a nuestro jefe y a las demás personas en el lugar donde trabajamos.