¿Has leído Levítico últimamente? No haría una buena mini serie de TV. Capítulo tras capítulo contienen detallitos sobre cosas como enfermedades de la piel,
relaciones sexuales prohibidas, tratamiento para el moho, secreciones corporales, dieta, sacrificios de sangre y complicados rituales de limpieza. A menos que tengas un estómago fuerte, no creo que te guste verlo mientras
comes.
Y yo me he preguntado mientras lo leo: «¿Cuál es el punto? ¿Por qué toda esta sangre y esa preocupación extremada por la limpieza? ¿Acaso se trata de alguna
obsesión?» Entonces me topé con Levítico 11:44 donde Dios dijo: «Yo soy Jehová, vuestro Dios. Vosotros por tanto os santificaréis y seréis santos, porque yo soy santo….»
Cuando leí eso se me encendió un bombillo en la cabeza. (Ya había llegado a pensar que se había quemado.) En serio, me di cuenta de que los rituales eran lecciones visibles que señalan la santidad de Dios y nuestra necesidad de ser santos.
Pero, ¿qué significa ser santos? Los teólogos nos dicen que en su sentido primario, significa ser distintos, estar apartados. Dios, en su imponente gloria y majestad, es muy diferente de nosotros. Además significa estar separados del pecado, ser puros moralmente.
Ahora, cuando leo Levítico, me acuerdo de lo santo que es Dios y de lo terrible que debe parecerle el pecado. Las limpiezas y los sacrificios llaman la atención a su deseo de que nosotros seamos santos en actitud y acción.
Cuando leemos Mateo, Marcos, Lucas y Juan vemos que el Señor hace el mismo
énfasis. Pero Jesús ofrece una solución definitiva de limpieza profunda. Con su
muerte proveyó la manera de que limpiáramos nuestras almas. Debido al sacrificio de Cristo, ya no necesitamos preocuparnos por todas esas leyes de Levítico.
¿Has dejado que Jesús te haga santo, limpio y puro delante de Dios, y perdonado de todo pecado? ¿Has puesto tu fe en Él para que te limpie? —KD
R E F L E X I Ó N
■ ¿Cuándo fue la última vez que leí Levítico? ¿Cómo puedo evitar quedarme
atascado en los detallitos?
■ ¿Qué cosas me pueden hacer impuro? Si he aceptado la oferta de
perdón de Jesús y ahora soy hijo de Dios, ¿cómo mantengo mi pureza? (véase 1
Juan 1:9).