La calcomanía para parachoques que dice «Jesús es mi copiloto» tal vez sea bien intencionada, pero siempre me ha preocupado. Cuando yo estoy en el asiento del conductor de mi vida, el destino nunca es bueno. La función de Jesús no es ser simplemente un «copiloto» espiritual que da instrucciones de vez en cuando, sino que siempre tiene que estar en el asiento del conductor. ¡Y punto!
Solemos decir que Cristo murió por nosotros, lo cual es verdad. Pero eso no es todo. Debido a que Él murió en la cruz, algo en nuestro interior también lo hizo: el poder del pecado. Esto es lo que Pablo quiso decir cuando declaró: «Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí» (Gálatas 2:20). En esencia, fuimos co-crucificados con Él. Con Jesús en el asiento del conductor, los viejos destinos están en zonas prohibidas. Ya no se recorren más las calles del egocentrismo, de la codicia ni de las pasiones desenfrenadas. Se terminaron las aventuras a campo traviesa por los pantanos del orgullo o las zanjas de la amargura. ¡Estamos crucificados con el Señor y ahora Él está al volante! Jesús murió para ser el único que nos conduzca y nos delimite.
Así que, si has muerto y Cristo vive en ti, Él no es tu copiloto. Tu gozo es dejar que conduzca y delimite tu vida. Habrá algunos baches en el camino, pero puedes contar con esto: Él te conducirá a buen destino.