¡Qué problema tan frustrante es la contaminación! Todos la padecen, pero todos contribuyen a que aumente.
La contaminación se presenta de muchas maneras, pero hay una forma que suele ser pasada por alto. Charles Swindoll la llama «contaminación verbal», y la generan los rezongones, los quejosos y los criticones. «El veneno del pesimismo —escribe Swindoll— crea una atmósfera de negativismo generalizado donde lo único que se enfatiza es el lado malo de las cosas».
Un grupo de amigos creyentes en Cristo se interesó en esta forma de contaminación y la parte que les tocaba en cuanto a ella. Entonces, acordaron evitar manifestaciones críticas durante toda una semana. ¡Quedaron sorprendidos al descubrir lo poco que habían hablado! A medida que continuaron con el experimento, tuvieron que volver a aprender a hablar.
En Efesios 4, Pablo insta a los creyentes a actuar de una manera práctica como esa. Se nos dice que debemos despojarnos del viejo yo y de sus comportamientos, que entristecen al Espíritu Santo (vv. 22,30), y vestirnos del nuevo ser que edifica a los demás (v. 24). Al depender de la ayuda del Espíritu (Gálatas 5:16), podemos efectuar cambios en la conducta, en la manera de pensar y en la forma de hablar.
Si queremos librarnos de la contaminación verbal, debemos decidir cambiar y pedirle a Dios que nos ayude. Es una gran manera de comenzar a limpiar el medio ambiente espiritual.