¡La alabanza es poderosa! Cuando el pastor escocés Robert Murray McCheyne se angustiaba por la frialdad de su corazón hacia las cosas del Señor, cantaba alabanzas a Dios hasta que sentía que su espíritu se reavivaba. Por lo general, sus familiares podían decir a qué hora se despertaba, porque comenzaba el día con un salmo de alabanza.
Un día, mientras trataba de preparar su corazón para predicar, escribió en su diario: «¿Deseo de corazón ser santo en todo? […] Señor, tú sabes todas las cosas […]. Me he sentido tan insensibilizado y afligido que ni siquiera puedo entristecerme por esta falta de sensibilidad. Al acercarse la noche, reviví. Logré calmar mi espíritu [cantando salmos] y orando». McCheyne había recuperado su ánimo por medio de la alabanza a Dios.
Quizá sientas como que estás hundido en lo que John Bunyan llamó el «pantano del abatimiento». Eleva un cántico de alabanza al Señor. El salmista dijo: «Las misericordias de Jehová cantaré perpetuamente» (89:1). Cuando lo hagamos, la alabanza no sólo brotará de nuestros labios, sino también de nuestro corazón. El Señor se deleita en dar «óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado» (Isaías 61:3).
Sí, «es bueno cantar salmos a nuestro Dios»… en todo momento (Salmo 147:1).