Después que el médico me comunicó que tenía cáncer, traté de escuchar lo que decía, pero no pude. Me fui a casa, me tapé la cabeza con una manta y me quedé dormida sobre el sofá, como si el sueño pudiera cambiar el diagnóstico.
Cuando al fin pude armarme de valor para contarlo a mis seres queridos, mi amiga Judy Shreur dijo algo particularmente memorable. Después de expresarme su comprensión, dijo: «Esto es lo que va a pasarte. Vas a sentirte terriblemente mal durante tres días. Después, te levantarás, comprenderás lo que tienes que hacer y seguirás adelante con tu vida». Luego, agregó: «Creo que eso tiene que ver con la muerte, la sepultura y la resurrección».
En ese momento, no lo creí. Estaba segura de que la vida, como yo la entendía, había terminado. Nada volvería a ser igual. No podía pensar en volver a sentirme normal. Pero ella tenía razón. Tres días después, me desperté y me di cuenta de que no me sentía tan mal. Entonces, poco a poco, a pesar del sufrimiento físico por la quimioterapia, mi condición emocional y espiritual mejoró notablemente. «Morí» a mi antigua realidad y «resucité» a una nueva normalidad.
Gracias a Dios, Él se especializa en resurrecciones. Para aquellos que han muerto con Cristo, morir a una realidad significa resucitar a una nueva y gloriosa normalidad, para que «andemos en vida nueva» (Romanos 6:4).