A veces, el silencio es la mejor respuesta ante una acusación falsa. En otras ocasiones, debemos hablar.
Cuando los testigos falsos acusaban a Jesús delante del Sanedrín, Él «callaba» (Marcos 14:53-61). Habría sido inútil defenderse. Además, estaba cumpliendo la profecía de Isaias 53:7. Sin embargo, un tiempo antes, durante Su ministerio, el Señor censuró a los fariseos y los desafió a que demostraran que Él había pecado (Juan 8:13-59).
Un pastor dejó su ministerio en una iglesia porque unos miembros de la congregación dijeron mentiras sobre él. Pensó que defenderse no era una actitud cristiana, y, en ciertos casos, es así. Pero, en esa ocasión, era necesario enfrentar a los alborotadores y rechazar sus falsas acusaciones. Él tendría que haberlos instado a arrepentirse o, de lo contrario, enfrentar la disciplina de la iglesia.
El no decir nada puede permitir que los perversos sigan adelante con sus malignidades Sin embargo, si el Espíritu de Dios nos guía a permanecer en silencio, o si simplemente queremos tratar de salvaguardar el orgullo herido, debemos controlar nuestra lengua.
¿Te están acusando falsamente? Si consideras que es inútil discutir o si tu orgullo ha sido herido, pídele a Dios que te dé la gracia para no decir nada. Pero, si te preocupan los perversos y quieres que se haga justicia, ¡habla!