Aunque el concepto de la “edad de responsabilidad” tuvo sus inicios a principios de la historia de la Iglesia cristiana, las Escrituras no usan esta terminología. Tampoco contiene la Biblia alusiones substanciales al estado eterno de los bebés ni de los niños pequeños que mueren antes de ser lo suficientemente grandes como para tomar una decisión consciente a favor o en contra de Cristo.

La gente siempre se ha preocupado por la salvación de los niños que mueren antes de ser lo suficientemente grandes como para comprender claramente el evangelio. Desafortunadamente, la conclusión a la que muchos llegaron en la Iglesia primitiva fue que los bebés que mueren sin el sacramento del bautismo están destinados al infierno… o al limbo. Esta creencia se basaba en una perspectiva errada del bautismo.

Esta perspectiva persistió y entró en la Reforma. Los católicos, luteranos y otros siguieron creyendo que los bebés que no eran bautizados serían condenados al infierno.1 Esta es una distorsión trágica de la enseñanza bíblica. Hay que dar crédito al claro pensamiento de Juan Calvino por encontrar esta doctrina reprensible:

“Yo no dudo que los bebés a quienes el Señor se lleve de esta vida sean regenerados por medio de una operación secreta del Espíritu Santo” (edición de Amsterdam de las obras de Calvino, 8:522).

“Yo enseño por dondequiera que nadie puede ser condenado justamente y perecer excepto por un pecado real; y decir que los incontables mortales que son llevados de esta vida mientras todavía son bebés son precipitados de los brazos de sus madres a la muerte eterna es una blasfemia que ha de ser detestada universalmente” (Institutes, libro 4, p. 335). [Existen traducciones al español de los Institutes de Calvino publicadas por Editorial Clie y Libros Desafío. N. de la T.]

Aunque los bebés no son capaces de cometer un pecado consciente de la misma forma que una persona mayor (Isaías 7:15-16; Mateo 18:3-4), han heredado naturalezas que están contaminadas por el pecado y necesitan transformación y salvación (Salmo 51:5; Efesios 2:3). No obstante, debido a su dependencia, confianza e inocencia, Jesús no sólo ofrece a los niños pequeños como ejemplos de la manera en que los pecadores adultos tienen que convertirse, sino que los ve de una forma singular:

Mirad que no despreciéis a uno de estos pequeñitos, porque os digo que sus ángeles en los cielos contemplan siempre el rostro de mi Padre que está en los cielos (Mateo 18:10).

Así, no es la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos que se pierda uno de estos pequeñitos (Mateo 18:14).

Además, las Escrituras indican claramente que Dios no castiga a los niños por las faltas de sus padres (Deuteronomio 24:16; Ezequiel 18:20).

Por tanto, creemos que los que mueren como bebés o niños pequeños reciben el don de la salvación. No se les da ese regalo porque estén sin pecado; ellos también han heredado la maldición de Adán. Se les da la salvación sobre la base exclusiva de la gracia de Dios, por medio de la expiación sacrificatoria de Cristo a su favor.

Así pues, tal como por una transgresión resultó la condenación de todos los hombres, así también por un acto de justicia resultó la justificación de vida para todos los hombres. Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno los muchos serán constituidos justos (Romanos 5:18-19).

Los bebés no tenían nada que ver con el hecho de ser herederos de la naturaleza pecaminosa de Adán. Por tanto, es lógico que se les pueda dar el regalo de la salvación sin que lo hayan aceptado conscientemente. Sólo el rechazo del amor de Cristo por ellos -algo que no puede ocurrir hasta que alcancen la edad en que les sea posible pecar conscientemente- puede dar como resultado el que pierdan el don de Cristo.

Escrito por: Dan Vander Lugt


  1. Norman Fox, The Unfolding of Baptist Doctrine, 24 “No sólo creían los católicos romanos en la condenación de los bebés. Los luteranos, en la Confesión de Augsburg, condenan a los bautistas por afirmar que los niños son salvos sin bautismo (‘damnant Anabaptistas qui … affirmant pueros sine baptismo salvos fieri’ [‘malditos los anabautistas que … afirman que los niños son salvos sin bautismo’]), y el poeta favorito de la Escocia presbiteriana [Robert Burns], en su Tam O’Shanter menciona entre objetos del infierno ‘a los bebés pequeñitos’. La Confesión de Westminster, al declarar que los bebés elegidos que mueren en la infancia son salvos, implica que los bebés no elegidos que mueren en la infancia están perdidos. Esto fue enseñado ciertamente por algunos de los forjadores de ese credo.”