La doctrina bíblica del infierno a menudo se entiende muy mal. Claro que si Dios castigara a sus criaturas arbitraria e injustamente por toda la eternidad sería un Dios malvado y no bueno.

Sin embargo, Lucas 12:47-48 muestra que el castigo depende de una serie de factores, incluyendo el conocimiento que uno tenga de la verdad, nuestra intención y el rechazo que uno haga de las buenas nuevas y de la “luz” de Cristo. Jesús censuró las ciudades en las cuales se hicieron la mayoría de sus milagros (Mateo 11:20-24), y les dijo que ellas serían juzgadas más duramente el día del juicio que Tiro, Sidón y Sodoma. Jesús mostró compasión hacia los pecadores. Incluso cuando estaba en la cruz dijo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34).

Es un error pensar que el infierno es un lugar adonde los pecadores recibirán un castigo horriblemente desproporcionado a sus pecados. Claro que hay un elemento de coacción. Estamos hablando de justicia y retribución. Pero la presencia de una persona en el infierno también es resultado de una larga serie de decisiones. A medida que una persona va por la vida, o bien se abre a la verdad, el amor y la vida espiritual, o se retira voluntariamente de la luz que Dios le ha dado y empieza a descender hacia la oscuridad y la muerte espirituales.

El infierno es necesario en el universo para que exista una genuina libertad. C.S. Lewis escribió un libro extraordinario sobre el tema del infierno llamado El gran divorcio (ISBN 9561311933). Aunque no apoyamos todas las descripciones imaginarias de Lewis de cómo podría ser el infierno, el valor de su obra está en la explicación que da de la necesidad que hay del infierno y el castigo eterno. Este libro se puede obtener en la mayoría de las librerías.

Escrito por: Dan Vander Lugt