Sería un error grave implicar que en todos los casos, cuando una persona no recibe sanidad o liberación es porque tiene una fe deficiente.
Es cierto que las Escrituras hablan de personas que fueron sanadas o libradas del peligro gracias a su fe. Algunos ejemplos son Gedeón (Jueces 7:15-23); Naamán el sirio (2 Reyes 5:14-15); Sadrac, Mesac y Abed-nego (Daniel 3:19-29); el siervo del centurión (Mateo 8:13); la mujer con el flujo de sangre (Mateo 9:20-22); el hombre de la mano seca (Mateo 12:9-13); y la liberación de Pedro de la prisión (Hechos 12:5-12). Hasta esta lista parcial es impresionante.
Obviamente, la fe en Dios puede dar como resultado sanidad y liberación. Sin embargo, las Escrituras también nos muestran con la misma claridad que hay veces cuando el sufrimiento o la enfermedad de un creyente no tienen nada que ver con falta de fe.
Cuando Job perdió su familia, riqueza y salud física, sus amigos lo «consolaron» con el mensaje de que su pérdida y sufrimiento se debían a su propio fracaso moral (su falta de fe). Pero Job tenía confianza en su integridad delante de Dios. El mismo Dios lo había declarado intachable y recto (Job 1:8). Posteriormente, el mismo Dios negó la explicación que los «consejeros» de Job dieron de su sufrimiento (Job 13:1-15). Y lo que es más importante, Dios condenó las palabras de ellos (Job 42:7-8).
El problema no era la fe de Job. De hecho, la fe de Job en Dios era tan firme que, sin maldecir ni ser irrespetuoso, defendió su integridad ante Dios y lo cuestionó acerca de la injusticia de su sufrimiento. Sin embargo, en medio de su agonía, siguió confiando:
Aunque Él me mate, en Él esperaré; pero defenderé mis caminos delante de Él. Él también será mi salvación, porque un impío no comparece en su presencia (Job 13:15-16).
Yo sé que mi Redentor vive, y al final se levantará sobre el polvo. Y después de deshecha mi piel, aun en mi carne veré a Dios; al cual yo mismo contemplaré, y a quien mis ojos verán y no los de otro. ¡Desfallece mi corazón dentro de mí! (Job 19:25-27).
La fe de Job fue recompensada y vindicada a la larga. Pero él no fue librado del terrible sufrimiento que permitió que su fe fuera probada. Incluso en tiempos en que los milagros ocurrían con frecuencia, Dios permitió que apedrearan a Esteban (Hechos 7:59-60) y que decapitaran a Santiago. Aunque Hechos 12 nos habla de la liberación sobrenatural de Pedro de la cárcel, Jesús ya había profetizado que a la larga moriría como mártir (Juan 21:17-19), igual que (según la tradición) murieron todos los demás discípulos excepto Juan.
En 2 Corintios 11:23-30, Pablo describió elocuentemente el sufrimiento y las pruebas de los cuales no había sido librado. Además sufría de un «aguijón en la carne» en particular (2 Corintios 12:7,10) para el cual Dios no había proporcionado remedio. Cuando Timoteo sufría de una enfermedad estomacal, Pablo no lo animó a que tuviera más fe. Más bien le dijo que tomara un poco de vino como medicina (1 Timoteo 5:23). En estos pasajes no hay la más mínima insinuación de que las pruebas de Pablo y la enfermedad de Timoteo fueran producto de un pecado no confesado o de una fe deficiente. De hecho, en vez de proclamar que nuestra fe en Cristo debe librarnos del sufrimiento y las pruebas de este mundo, Pablo ensalza los beneficios espirituales del sufrimiento.
Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, carácter probado; y el carácter probado, esperanza; y la esperanza no desilusiona, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que nos fue dado (Romanos 5:3-5).
Santiago también dijo claramente que la fe firme no es un seguro contra el sufrimiento:
Tened por sumo gozo, hermanos míos, el que os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia, y que la paciencia ha de tener su perfecto resultado, para que seáis perfectos y completos, sin que os falte nada (Santiago 1:2-4).
Sobre la base de las Escrituras podemos decir que la fe siempre es pertinente al sufrimiento. Nuestra reacción al sufrimiento -ya sea por fe o en desesperación- determina si va a producir crecimiento espiritual o desesperación. Pero puesto que la sanidad espiritual es más importante para nosotros que nuestras circunstancias físicas, la fe no es una barrera contra el sufrimiento.
Siempre que nos inclinamos a presumir que la enfermedad o el sufrimiento de otra persona es resultado del pecado de ella, debemos recordar la locura de los «consejeros» de Job al tratar de explicar el misterio de la voluntad de Dios. Aunque la fe no siempre nos va a librar de la tribulación, nos mantendrá conscientes de las promesas de Dios y de la seguridad de que Él obra todo por el bien de sus hijos (Romanos 8:28).
Escrito por: Dan Vander Lugt