Según la mayoría de los eruditos del Nuevo Testamento, el término griego que se traduce «unigénito» en Juan 3:16 no se tradujo debidamente. La traducción correcta debió haber sido «Hijo único» o «hijo singular».
Este pasaje y otros (Juan 1:14,18; 3:18; 1 Juan 4:9) que se refieren a Cristo como «unigénito» no implican que la doctrina del Dios triuno esté equivocada, ni tampoco que Cristo no tenga una existencia eterna. Estos pasajes se refieren específicamente a la encarnación, la singular ocasión en la que Dios se hizo ser humano. Aunque Cristo ha existido por toda la eternidad, el Hijo de Dios encarnado existió en un momento específico de la historia.
Una herejía antigua que había dentro de la Iglesia sostenía que el Hijo no era coeterno con el Padre, sino un ser creado (aunque de un orden superior que los otros seres creados). Esta herejía (el arrianismo) no estaba basada en las Escrituras, sino en objeciones filosóficas y racionalistas a la enseñanza de la Biblia acerca de la encarnación y del Dios triuno. El Concilio de Nicea (325 d.C.) se formó para lidiar con el arrianismo y declaró que el Hijo fue «engendrado, no creado», «de la misma substancia» que el Padre (es decir, de la misma naturaleza o esencia que el Padre).
La Biblia dice que el Verbo (logos) era Dios y existió antes de la creación (Juan 1:1-2). Luego identifica ese Verbo como Jesús, aquel que «se hizo carne y habitó entre nosotros» (v.14). El mismo Jesús declaró su preexistencia en pasajes como Juan 8:58 y Juan 17:5. En muchas ocasiones, los escritores del Nuevo Testamento identificaron a Jesús con Jehová (Lucas 1:76; Juan 10:30; 14:10). Y muchos otros pasajes sostienen la preexistencia y participación de Cristo en la creación (Juan 1:1-3; 5:18; 10:30; Romanos 9:5; Colosenses 1:15-16; 2 Tesalonicenses 1:12; Hebreos 1:2-3; 2 Pedro 1:1-2; 1 Juan 2:22-23.