Para ganar reconocimiento canónico, el libro debía pasar dos pruebas básicas. Primero, debía tener un historial de «aprobación continua y amplia entre los cristianos» (J. W. Wenham, Christ And The Bible). Segundo, se esperaba que demostrara que, o bien había sido escrito por un apóstol, o específicamente aprobado por los apóstoles.

El hecho de que el canon de Muratori (aproximadamente del año 170 d.C.) enumerara todos los libros que hoy día se encuentran en el Nuevo Testamento excepto Hebreos, Santiago y las dos epístolas de Pedro, es otra demostración del antiguo y amplio apoyo del canon.

Otro ejemplo (y se podrían dar muchos otros) lo da el brillante teólogo Ireneo, el cual también escribió en el segundo siglo. Citó los cuatro evangelios extensamente e incluyó citas de todos los libros del Nuevo Testamento excepto Filemón y 3 Juan. En realidad, el hecho de que la Iglesia recibiera oficialmente unos cuantos libros en una fecha posterior es más una demostración de la discreción y precaución de la Iglesia que una indicación de que estos libros, de alguna forma, no sean confiables.

Un bien conocido teólogo dijo una vez que la Iglesia no creó el canon del Nuevo Testamento así como Newton no creó los principios básicos de la física. Los primeros escritos de los padres de la Iglesia demostraron su confianza en la autoridad de las Escrituras del Nuevo Testamento.

Escrito por: Dan Vander Lugt