Después que Jesús había declarado que edificaría su Iglesia sobre la verdad de la noble confesión de Pedro, prosiguió diciendo: “Yo te daré las llaves del reino de los cielos; y lo que ates en la tierra, será atado en los cielos; y lo que desates en la tierra, será desatado en los cielos” (Mateo 16:19). Posteriormente, dirigiéndose a todos los discípulos, nuestro Señor repitió las palabras: “Lo que atéis en la tierra, será atado en los cielos; y lo que desatéis en la tierra, será desatado en los cielos” (Mateo 18:18).

Jesús dio a Pedro “las llaves del reino de los cielos”, no las llaves del cielo. 1  Una llave era una identificación de autoridad (Lucas 11:52), y en aquel entonces, igual que ahora, se usaba para abrir puertas. Pedro usó las llaves que Cristo le dio para abrir la puerta a los judíos el Día de Pentecostés (Hechos 2), a los samaritanos después de la predicación de Felipe (Hechos 8:14-17), y a los gentiles después que el Señor le había enviado una visión y una apelación de parte de Cornelio (Hechos 10).

El concepto de “atar y desatar” que se encuentra en Mateo 16:19 y 18:18 se usaba comúnmente en el pueblo judío en relación con la autoridad de los rabíes de prohibir y permitir ciertas prácticas. Jesús dio a Pedro y a los apóstoles autoridad tanto sobre la doctrina como sobre las prácticas de la Iglesia del primer siglo. A través de la guía del Espíritu Santo, ellos recibirían sabiduría para saber qué prohibir y qué permitir.

Esta autoridad, no exactamente al mismo nivel que durante la era apostólica, todavía reside en los líderes de la iglesia local. Puede que no reciban la misma clase de guía sobrenatural que recibieron los apóstoles, pero poseen todo el Nuevo Testamento además de la dirección del Espíritu Santo.2 Por tanto, cuando los líderes de la iglesia disciplinan a uno de sus miembros que fomenta una doctrina incorrecta o está involucrado en mala conducta, actúan con aprobación divina. Están llevando a cabo la voluntad de Dios y lo que hacen es ratificado en el cielo. Puesto que su autoridad en el fondo no se deriva de sus cualidades personales ni de su ministerio sino de las Escrituras y de la instrucción del Espíritu Santo, deben ejercerla con humildad y en actitud de oración.

Escrito por: Dan Vander Lugt


Notas:

  1. Las dos expresiones, “el reino de Dios” y el “reino de los cielos” en realidad tienen el mismo significado básico. Deben entenderse dentro del contexto de los pasajes en los cuales se hallan. Se pueden usar de varias maneras. Se pueden referir al sentido universal de toda la creación, la cual a la larga está bajo el control de Dios. Se pueden referir al reino mediatorio de Jesucristo, el cual se producirá cuando Jesús regrese triunfantemente a reinar directamente sobre la tierra. Y, por último, se pueden referir al reino de Dios, el cual ya está presente en los corazones de los creyentes que se han sometido a Jesucristo como Señor. Hebreos 12:22-24 expresa la realidad del reino actual de Dios:

    “Vosotros, en cambio, os habéis acercado al monte Sion y a la ciudad del Dios vivo, la Jerusalén celestial, y a miríadas de ángeles, a la asamblea general e iglesia de los primogénitos que están inscritos en los cielos, y a Dios, el Juez de todos, y a los espíritus de los justos hechos ya perfectos, y a Jesús, el mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la sangre de Abel.”

  2. La autoridad de los apóstoles y sus sucesores escogidos era básica para la supervivencia de la Iglesia primitiva. Sin embargo, después que pasaron los siglos y el canon de las Escrituras, así como la base doctrinal de la Iglesia, se habían establecido firmemente, fue necesario regresar a las Escrituras mismas como fuente primaria de autoridad.