El egoísmo, la hipocresía y otros «problemas con la gente»en la iglesia pueden ser desalentadores. Pero el egoísmo y la hipocresía no deberían alejarnos de la participación en la iglesia. Más bien deberían hacernos conscientes de cuánto la necesitamos.
De niños crecemos en un mundo gobernado por figuras de autoridad adultas que parecen saberlo todo, ser justas y sabias. Pero a medida que nos hacemos adultos aprendemos lo defectuosa e imperfecta que es la autoridad adulta. Este conocimiento crea una desilusión que incluso puede ser dolorosa a veces. La desilusión a menudo se convierte en rebeldía. De adolescentes, la mayoría de nosotros se rebela en un grado u otro contra los adultos que percibimos son arbitrarios y poco amorosos.
Si somos lo suficientemente afortunados como para tener padres que nos aman, se nos anima a «trabajar» en nuestra rebeldía y nuestra ira. A medida que maduramos poco a poco hasta la edad adulta nos hacemos conscientes de nuestras propias imperfecciones e ideales conflictivos. Este conocimiento de nuestra propia imperfección por lo general tiene el efecto de humillarnos, haciéndonos más realistas, y cambiando nuestra rebeldía en comprensión y perdón.
Las organizaciones, ya sean seculares o religiosas, están hechas de personas imperfectas. Como adultos a veces seguimos esperando perfección de las organizaciones mucho después de que hemos dejado de esperarla de otras personas o de nosotros mismos. Pero así como los adolescentes se convierten en adultos, los cristianos maduran en su relación con Cristo. A medida que maduramos empezamos a descubrir cuánto debemos a la gracia de Dios y qué poco ganamos por medio de nuestros propios esfuerzos. Esto hace que sea más fácil ver cómo Dios puede usar a su Iglesia, la cual, igual que nosotros, puede servir de instrumento de la gracia divina a pesar de la imperfección y el pecado que hay en ella.
Las personas pecadoras o una iglesia pecadora no pueden producir efectos duraderos para el reino de Dios, pero el poder del Espíritu de Dios obrando por medio de ellos sí puede (2 Corintios 4:7). Tal como dijo Jesús: «Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los que están enfermos; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores» (Marcos 2:17). Si todos fuéramos perfectos no necesitaríamos a la iglesia. Es nuestra imperfección la que exige el proceso de purificación que es el ser miembro del cuerpo de Cristo. Nuestra misión es amarnos unos a otros (1 Pedro 4:8) de tal forma que ganemos la fortaleza espiritual que sólo se puede desarrollar en unión con otros creyentes (Efesios 4:14-16).
No debemos pasar por alto la hipocresía ni los problemas que existen en la iglesia. Necesitamos hacer lo que podamos para confrontar y lidiar con ellos en amor. El apóstol Pablo probablemente conocía tan bien la hipocresía e imperfección dentro de la iglesia como cualquier otra persona que haya vivido. Y sin embargo escribió:
Llevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo. Porque si alguno se cree que es algo, no siendo nada, se engaña a sí mismo. Pero que cada uno examine su propia obra, y entonces tendrá motivo para gloriarse solamente con respecto a sí mismo, y no con respecto a otro. Porque cada uno llevará su propia carga (Gálatas 6:2-5).
Escrito por: Dan Vander Lugt