A primera vista parece imposible que una persona muera de manera justa por los pecados de otra. Si un juez eligiera de manera arbitraria a alguien inocente –digamos, a un esposo fiel y padre amoroso– para que fuera ejecutado en lugar de algún conocido asesino en serie como Ted Bundy, estaríamos moralmente escandalizados. He aquí unas cuantas razones para ello:
Castigar a un hombre inocente pone de cabeza los principios de justicia. En vez de ser recompensado por su virtud, se le castigaría por los actos de maldad de otro.
El hombre elegido para ser castigado no tendría relación especial alguna con el asesino. Él moriría, no para salvar a un hermano o a un amigo, sino a un extraño.
Sería improbable que matar a un buen hombre en lugar de a un hombre malvado tuviera algún efecto positivo. El hombre malvado probablemente le agradecería al diablo su buena suerte. Y si algo habría de suceder, sería que lo indignante de la sustitución sólo reforzaría la perspectiva de maldad del asesino.
Si matar a un hombre inocente en lugar de a uno culpable es algo tan inconcebible, ¿cómo pueden los cristianos creer que podría ser correcto que Cristo muriera por los pecados del mundo? Tal creencia se basa en las diferencias radicales entre la muerte sustitutoria de Cristo y el asesinato arbitrario de un hombre bueno en lugar de uno malo.
En primer lugar, Cristo está íntimamente relacionado con nosotros (Isaías 7:14; 9:6). Él es hombre, pero no sólo eso. Es la Palabra eterna, el Creador del universo, el Arquitecto de la existencia, de la vida y del conocimiento.
En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho (Juan 1:1-3).(Véanse también las respuestas a las preguntas: ¿Cómo podía Jesús ser Dios y Hombre al mismo tiempo?; ¿Cómo podía Jesús ser Dios si tenía las limitaciones de un ser humano?)
En segundo lugar, la muerte del Mesías satisface los principios de justicia en vez de violarlos. Reconcilia la santidad de Dios con Su amor. De hecho, sin la muerte sustitutoria de Cristo los planes de Dios para el universo jamás se habrían podido cumplir.
Si Dios hubiese creado el universo para que funcionara como un reloj, éste habría sido como una máquina colosal y perfectamente diseñada que no demandaría riesgo ni costo alguno. No incluiría el azar, la libertad ni el pecado. No demandaría redención. Pero tampoco sería la cuna de criaturas conscientes de sí mismas hechas a la imagen de Dios. Estaría desprovisto de creatividad, de elección moral y de reflexión inteligente.
Pero Dios deseaba mucho más que la perfección mecánica. Anhelaba una sociedad humana con la perfección espiritual de la libertad en el conocimiento de sí misma, criaturas hechas a Su imagen con la capacidad de elegir tener comunión con Él. Por lo tanto, creó a los ángeles1 y al universo (Génesis 1:31) de tal manera que hiciera posible la libertad. En vez de un universo con mecanismo de relojería, hizo el universo como el lugar perfecto para crear criaturas a Su imagen, criaturas capaces de adorar y amar.
Como el padre del hijo pródigo en la parábola de Jesús (Lucas 15), Dios dio a Sus hijos e hijas la libertad de fracasar e incluso de rechazar Su señorío. Y como el padre del hijo pródigo, los ama más allá de toda medida y anhela su redención.
A pesar de que la condición caída de la naturaleza lo entristece más allá de lo que podemos concebir (Romanos 8:18-23), Dios quiso desde el comienzo deshacer las malignas consecuencias de la libertad al mismo tiempo que conservaba sus beneficios. Así como el universo fue creado (y es sustentado) a través de Su Hijo, era la tarea de Su Hijo redimirlo.
El sacrificio del Hijo de Dios en nuestro lugar logró algo que no se podía hacer de ningún otro modo. Sólo el poder y la sabiduría infinitos de Dios pueden cancelar los efectos de nuestro pecado y llevar al universo a que esté en conformidad con Sus santos propósitos. Al identificarse totalmente y sin reservas con Sus criaturas caídas, logró lo que éstas en su libertad no habían podido hacer, y asumió las consecuencias del mal uso de dicha libertad.
La muerte del Hijo de Dios a favor nuestro trajo salvación a una raza perdida y desamparada. Su obediencia y sacrificio perfectos se confirmaron por medio de Su resurrección de los muertos y al aparecerse ante cientos de testigos (Hechos 1:1-11; 1 Corintios 15:1-8). Su disposición a convertirse en un ser humano y a demostrarle personalmente Su amor a nuestra raza perdida hizo posible que viéramos cómo podemos vivir plenamente en este mundo al tiempo que mantenemos metas que incluyan al otro mundo (Isaías 53:6-12; Juan 15:12-13; Romanos 5:6-10; 1 Juan 4:8-10).
El sacrificio de Dios en Jesucristo, tan diferente a la muerte de un simple hombre por otro, hizo posible que llegáramos a la perfección de hijos de Dios (Romanos 8:16-21; Gálatas 3:26-29). No sólo es moralmente correcto que Cristo muriera por nosotros, sino que es la única esperanza para que alguna vez seamos moralmente justos delante de Dios, el Juez justo.
Escrito por: Dan Vander Lugt
- Dios hizo a los ángeles perfectos y sin defectos. Los hizo libres, y algunos ángeles eligieron rebelarse (Ezequiel 28:13-17 ).