En la mayoría de los lugares, la ley prohíbe el matrimonio de dos personas del mismo sexo. Estas leyes están fundamentadas en muchos años de sabiduría cultural. Más significativo aún es que el matrimonio entre dos personas del mismo sexo viola el orden natural de Dios. Jesús agregó su propio énfasis a la ley de Moisés cuando dijo que el matrimonio es un pacto de toda la vida entre un hombre y una mujer (Mateo 19:4-6).
Una de las razones por las que el Creador hizo sexos separados fue el propósito de la procreación:
Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra (Génesis 1:27-28).
Pero Dios también creó a la mujer separadamente del hombre con el propósito específico de proporcionar una relación complementaria ideada para lograr una unidad física saludable e íntegra:
Y puso Adán nombre a toda bestia y ave de los cielos y a todo ganado del campo; mas para Adán no se halló ayuda idónea para él. Entonces Jehová Dios hizo caer sueño profundo sobre Adán, y mientras éste dormía, tomó una de sus costillas, y cerró la carne en su lugar. Y de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre, hizo una mujer, y la trajo al hombre. Dijo entonces Adán: Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; ésta será llamada Varona, porque del varón fue tomada. Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne (Génesis 2:20-24).
En todas las maneras, desde la naturaleza complementaria de sus formas físicas y funciones biológicas hasta su singular potencial natural para la unidad emocional y espiritual, el hombre y la mujer fueron creados para que fueran “una sola carne”. Esta es una verdad eterna, reconocida por todas las culturas. Dos personas del mismo sexo no sólo son incapaces de unirse para la concepción de una nueva vida, sino que sus diseños naturales los hacen incapaces de estar verdaderamente juntos como partes complementarias de “una sola carne”. El intento de “matrimonio” entre dos hombres o dos mujeres no puede ser más que una caricatura del matrimonio heterosexual, igual que un transvestita no puede ser más que una imitación de mujer.
Incluso dentro de las fronteras de una relación exclusiva, la conducta homosexual es dañina. 1 En agudo contraste, la relación sexual heterosexual dentro de una relación marital de amor es capaz de ilustrar físicamente la unión espiritual que debe desarrollarse entre un hombre y una mujer. Esta es sólo la más obvia de muchas verdades que demuestran la locura de un “matrimonio” entre dos personas del mismo sexo. El apóstol Pablo se refirió explícitamente a la naturaleza no natural de la práctica homosexual en Romanos 1:22-27:
Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles. Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos, ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén. Por esto Dios los entregó a pasiones vergonzosas; pues aun sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra naturaleza, y de igual modo también los hombres, dejando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos la retribución debida a su extravío.
Pablo puede no haber considerado la conducta homosexual peor que los otros pecados, pero al enumerarlo justo después de la idolatría, dejó ver claramente que lo consideraba especialmente simbólico de la rebeldía humana contra Dios y el orden natural. El Creador diseñó los sexos para que se complementaran mutuamente, creando una suma mayor que sus partes. (Génesis 2:20 dice que “para Adán no se halló ayuda idónea para él”.) Pero fuera de las fronteras del matrimonio heterosexual, a largo plazo la conducta sexual siempre tiene un efecto maligno en las relaciones. Esto es causado por la inevitable culpa, los celos, el temor de explotación y la sospecha de las motivaciones que genera en las personas. Existen relativamente pocas relaciones homosexuales a largo plazo, y de éstas, sólo una muy pequeña porción incluye fidelidad sexual y exclusividad. Puesto que dos personas del mismo sexo nunca pueden llegar a ser verdaderamente “una sola carne”, siempre es mejor para ellos que expresen su amor mutuo en castidad.
Si la Iglesia autorizara el matrimonio homosexual violaría su papel de fomentar relaciones buenas y sanas en nombre de Cristo. Además, los matrimonios homosexuales autorizados por la Iglesia tendrían un efecto perjudicial en la sociedad en general.
Redefinir el matrimonio para incluir criterios tan subjetivos como “la profundidad o la duración de un vínculo emocional” lo devaluaría a tal grado que casi cualquier tipo de relación encajaría en esa definición: la poligamia, el matrimonio en grupo, el matrimonio abierto, el matrimonio entre adultos y niños, etc. Redefinir el matrimonio para acomodar una conducta desviada o no natural también devaluaría el compromiso. Si una “asociación” breve y que termina fácilmente se hace, por ley, equivalente al matrimonio tradicional que debe durar para toda la vida, habrá inevitables consecuencias sociales. Dada la debilidad de la naturaleza humana, si compromisos más pequeños reciben iguales beneficios y reconocimiento, la gente joven (que no tiene la sabiduría que viene con los años de experiencia de la vida), tendrá menos incentivos para hacer compromisos serios que son los únicos que pueden proporcionar la base de una sociedad sana.
Una gran cantidad de evidencia demuestra que es mejor que los niños se críen en una familia intacta con un padre y una madre. Los hijos dependen mucho de las relaciones sanas con sus padres, tanto del mismo sexo como del sexo opuesto para su socialización y para convertirse en hombres y mujeres emocionalmente maduros y realizados. Mientras más nos alejemos del ideal del matrimonio heterosexual como salida apropiada a la intimidad sexual, más juicio de Dios caerá sobre nuestra sociedad, dejándonos con niños perturbados emocionalmente, confundidos y destinados a corromper generaciones futuras con su conducta antinatural.
Dada la descripción bíblica del propósito de la sexualidad humana, es claro que cualquier relación sexual fuera del vínculo de un pacto permanente entre un hombre y una mujer es perversión de la intención original del Creador.
Es necesario que tomemos una breve y sencilla lección de anatomía antes de proceder. No se necesita tener un grado en medicina para apreciar el riesgo de infección por medio del contacto oral externo con el pene o el ano, pero pocas personas comprenden la susceptibilidad interna del ano a ser dañado. El final del sistema digestivo, el intestino grueso, es un tubo largo que consiste principalmente del colon. A unas seis pulgadas [unos 15 cms.] del final del colon, este tubo da un giro agudo hacia abajo y se estrecha un poco, creando otra área llamada recto. La última media pulgada (1,27 cms.) del tubo es el canal anal, un área rica en nervios forrada de células epiteliales cuboideas y estratificadas rodeadas por el músculo anal esfínter. El recto está forrado de una sola capa de células epiteliales columnarias diseñadas para absorber líquidos.
En cambio la vagina está forrada de células fuertes llamadas epitelios escamosos estratificados. Estas células tienen una capa de mucus que, junto con otras secreciones y la pared vaginal más gruesa y flexible, protege contra la abrasión y las infecciones. La pared del recto no tiene apoyo muscular alrededor y segrega una pequeña cantidad de mucus que no protege bien contra la abrasión. Pero la diferencia clave entre la vagina y el recto son los tipos de células y el grosor de las capas de células. Los dos orificios pueden dar la misma sensación al penetrar en ellos el pene o un dedo. Pero un orificio tiende a repeler y el otro a admitir los microorganismos presentes en la penetración.
El coito anal estira la apertura hasta el tamaño que se requiere para defecar una hez grande. Sin embargo, el problema no es el tamaño de la apertura, sino la dirección y repetición del movimiento. El ano es una válvula de una vía que se estimula para abrir sólo cuando recibe presión desde adentro, y se estimula para contraerse cuando recibe presión desde afuera. Una penetración repentina o lubricada inadecuadamente puede romper el ano. Pero más comúnmente, el efecto acumulativo del coito anal es causar disfunción al músculo esfínter anal, y el resultado es una incontinencia crónica o urgencia de defecar en aproximadamente uno de cada tres hombres que practica regularmente la penetración anal.
Eso no es todo. Una vez pasa el ano, el peligro de trauma físico se empeora. La irritación de la sensible capa de mucus rectal causa muchas reacciones, incluyendo diarrea, calambres, hemorroides, daño en la próstata y úlceras o fisuras que a su vez invitan a la infección. La delgada capa de células del recto se perfora fácilmente y su falta de sensibilidad al dolor puede llevar a graves complicaciones antes de que una persona sea consciente de cualquier daño (Thomas E. Schmidt, Straight & Narrow? Compassion & Clarity In The Homosexuality Debate, IVP, pp. 117-118).
Notas: