En la terminología tradicional de ocultismo, la magia negra es una magia malévola que procura hacer daño, mientras que la magia blanca se usa para sanar y para otros propósitos.1

Desde una perspectiva bíblica, esta distinción no es válida. La magia -ya sea negra o blanca- obtiene su poder de las mismas fuentes. Toda la magia -negra o blanca- procura conectarse con una fuente de poder controlada por el ritual o la fórmula.

A diferencia de la magia, la oración (cuando se entiende debidamente) apela a una fuente de poder personal, una Autoridad Máxima que está a cargo de nuestras vidas y a quien debemos someternos (Mateo 16:25).2 Es cierto que algunas personas religiosas tienen una perspectiva «mágica» de la oración, y piensan que una fórmula de oración en particular coloca la iniciativa tanto en el que lleva la petición a Dios como en Dios mismo. La interacción de la oración que se ofrece libremente con la providencia soberana de Dios es misteriosa, pero está basada en la confianza, la sumisión y la obediencia moral, no en puro secreto o conocimiento esotérico ni ritual oculto.

La Biblia indica que no existe una fuente impersonal legítima de poder mágico. Condena toda la magia igualmente.3 La comprensión de las leyes naturales que se obtiene de la ciencia es una fuente de poder impersonal, pero las leyes naturales no son arbitrarias ni caprichosas. Están bajo la autoridad de Dios y a su vez ponen limitaciones en aquellos que las usan. La ciencia «negra» o la ciencia «blanca» no existen. La ciencia es ciencia, independientemente de las maneras beneficiosas o destructivas en que se use.

A diferencia de la ciencia, la magia no depende de la observación cuidadosa de la naturaleza, y no es accesible a nadie que tenga la disciplina de seguir sus reglas. La magia viola la ley natural y es accesible únicamente a unos cuantos iniciados que conocen los rituales secretos que desencadenan su poder inexplicable.

Según las Escrituras, toda la magia real -ya sea blanca o negra- saca su poder de fuentes demoníacas divinamente prohibidas que influyen al mago tanto fuera de sí mismo como dentro de su ser.

Escrito por: Dan Vander Lugt


  1. El término «magia» aquí se refiere a la magia «real», la magia que intenta usar fuerzas sobrenaturales por medios de hechizos y encantamientos. No se refiere a la inofensiva habilidad de manos de los ilusionistas y personas que entretienen público.
  2. La idea de que las fuerzas espirituales se pueden invocar a voluntad para cambiar las condiciones materiales de nuestras vidas, o las de los demás, pertenece debidamente, no a la religión ni a la espiritualidad genuina, como lo han entendido los más grandes maestros religiosos, sino más bien a la magia. No es por accidente que una de las frases más importantes de la oración cristiana sea: «Hágase Tu voluntad.» La Biblia hebrea y el Nuevo Testamento por igual hacen hincapié una y otra vez en que la verdadera oración, y la verdadera espiritualidad, descansan en someter la voluntad humana a la divina, y no a la inversa. También enfatizan que el plan divino no es necesariamente el plan humano. «Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos-declara el SEÑOR» (Isaías 55:8).
  3. Magia. Las Escrituras no condenan la obra de los «magos» ilusionistas. No habla de la clase de «magia» o «habilidad de manos» que se hace con fines de entretenimiento sano. Las Escrituras se refieren a la magia de verdad. La magia -el intento de explotar poderes sobrenaturales por medio de recitaciones para alcanzar metas que de otra forma no se pueden alcanzar- se veía en una luz negativa en el Antiguo Testamento (Levítico 19:26,31; 20:6; 1 Samuel 28:9; Isaías 8:19; 44:25; 57:3; Jeremías 27:9; Ezequiel 22:28; Miqueas 5:12; Nahúm 3:4; Malaquías 3:5), y fue prohibida bajo pena de muerte (Éxodo 22:18; Levítico 20:27; Deuteronomio 18:10-11).