Algunas de las costumbres funerarias de hoy no cuentan con precedentes claros en la Biblia. Por supuesto, en tiempos antiguos no existía la tecnología para hacer el tipo de embalsamamiento que hoy se acostumbra. Los judíos generalmente enterraban los cuerpos de sus muertos dentro de un período de 24 horas (Deuteronomio 21:23; Génesis 23:4; Juan 11:17, 39; Mateo 27:57-60). Puede que los problemas relacionados con las condiciones de salubridad y el rápido comienzo de la descomposición expliquen su prisa. En la práctica judía, los cuerpos generalmente se lavaban (Hechos 9:37), se ungían con especias aromáticas (2 Crónicas 16:14 ; Marcos 16:1), se envolvían (Juan 11:44 ; Marcos 15:26), y se colocaban en un sepulcro.1

Los cristianos comparten con los judíos un profundo respeto al cuerpo humano. Sin embargo, las costumbres funerarias modernas son al menos tanto el resultado de la tecnología avanzada de embalsamamiento como el deseo de una mayor conveniencia al basarse en cualquier precedente bíblico. Algunos psicólogos afirman que nuestra costumbre de ver el cadáver de algún ser amado ofrece un importante período de ajuste en el que se puede aceptar su muerte. Puede que esto sea o no cierto, pero poco más de 100 años atrás, a los que se encargaban de los entierros no se les llamaba «empleados funerarios», ni los cajones no se les llamaba «ataúdes», y los seres amados no eran protegidos ni tampoco el proceso de la muerte ni de la preparación del cuerpo para su entierro. Tal vez el avance de la medicina moderna ha hecho que a la muerte se la vea más como una forma de «derrota» que como una parte inevitable de la vida.

A fin de ofrecer cierto contexto para propósitos de comparación, he aquí una descripción de las costumbres funerarias cristianas en tiempos medievales hecha por los historiadores Joseph y Frances Gies:

Cuando un burgués muere, se contrata a un plañidero público para que anuncie su muerte y la hora y lugar del entierro. Las puertas de la casa y de la cámara mortuoria son cubiertas con sarga negra. Dos monjes de la abadía lavan el cuerpo con agua perfumada, lo ungen con bálsamo y ungüento, y lo envuelven en una mortaja o sudario de lino; luego lo cosen dentro de una piel de ciervo y lo depositan en un cajón (ataúd) de madera. Cubierto con un paño mortuorio negro, se coloca el cajón sobre unas andas, las cuales consisten en dos palos con travesaños de madera y se lleva a la iglesia, asistido por un cortejo de clérigos y dolientes vestidos de negro, y la viuda y la familia se lamentan en voz alta y de manera visible. Las andas se detienen fuera de las puertas del coro y presbiterio (si el muerto es un sacerdote, el cuerpo se coloca dentro del coro y presbiterio), y se dice el Oficio de Duelo, el «canto fúnebre» (Dirge), de la palabra Dirige, la primera palabra de la primera antífona. Cuando termina la misa, el sacerdote se quita su casulla, inciensa el cuerpo y rocía sobre él agua bendita, dice el Padrenuestro, en el que todos se unen; luego pronuncia las Absoluciones, una serie de rezos y antífonas de perdón y liberación del juicio.

A medida que el cortejo procede al cementerio de la iglesia, unos monjes de la abadía dirigen el camino con cruces, libros sagrados y turíbulos, y los dolientes siguen con velas. Éstos últimos son numerosos, por cuanto los pobres pueden obtener limosnas portando velas en la procesión funeraria de un hombre rico. Cuando se llega al lugar del entierro, el sacerdote hace la señal de la cruz sobre la tumba, la rocía con agua bendita, y cava una zanja de poca profundidad en forma de una cruz. La excavación de la tumba en sí se hace entonces con el acompañamiento de salmos. Se baja el cajón de madera, se dice la colecta final por el perdón, se recubre el cajón con la tierra, y se coloca una lápida plana (aquéllos que no pueden darse el lujo de un cajón alquilan uno, y los restos se entierran sin el cajón).

La procesión regresa a la iglesia, cantando los siete Salmos Penitenciales. Por algún tiempo, la tumba estará iluminada con velas y una lámpara funeraria. En unos pocos años, se pueden sacar los huesos del sepulcro apilados, para que se pueda volver a usar el espacio (Life in a Medieval City [La Vida en una Ciudad Medieval] págs. 74-75).

La drástica mejora en la tecnología de embalsamamiento ha llevado a períodos más largos de duelo y de visitación antes del entierro. Esto probablemente haya dado como resultado los códigos de salud de hoy que ya no permiten que los cuerpos que no hayan sido previamente embalsamados sean sepultados en ataúdes de manufactura casera. Al mismo tiempo, algunos cristianos creen que el costo de los funerales modernos se ha vuelto exorbitante. Están haciendo uso de maneras más sencillas de honrar a sus difuntos y tratar sus cuerpos con dignidad.2

Véase la respuesta a la pregunta ¿Está mal que los cristianos dispongan que sus cuerpos sean cremados?

Escrito por: Dan Vander Lugt


  1. David Rausch, en su libro concerniente a los judíos y al judaísmo (Building Bridges [Construyendo Puentes], describió las costumbres funerarias judías:Ya que el cuerpo es un recipiente santo, creado a la imagen de Dios, se le trata con sumo respeto. No se le deja solo desde el momento de la muerte hasta el funeral, y a menudo se recitan los salmos en la misma habitación. Generalmente, las comunidades judías cuentan con Cheurah Kaddishas (Sociedades Funerarias Sagradas), compuestas de grupos de voluntarios que lavan y visten al cuerpo del difunto y hacen arreglos para el entierro. El acto de purificación prefuneraria se llama taharah. Unos cuantos miembros lavan el cuerpo amorosa y cuidadosamente con agua tibia, de pies a cabeza. La palabra Cheurah proviene de la raíz para «amigo», y este acto es uno de los mitzvot más grandes que uno puede realizar. Incluso se recitan bendiciones antes del lavamiento para connotar respeto y expresar dolor por cualquier lavamiento irrespetuoso no deliberado, y así sucesivamente.

    Independientemente de la condición social, al difunto se le viste con tachrichim, simples mortajas o sudarios de algodón o lino. Si ocurrió algún brutal accidente que desfigurara al difunto, en donde la sangre haya empapado su ropa, no se lava al difunto, sino que se le entierra con la misma ropa. Esto es porque la sangre se considera sagrada y por lo tanto, también merece ser enterrada. Sólo se permite el entierro en un ataúd de madera bajo tierra. Por lo general, el entierro se realiza dentro de un período de 24 horas, a menos que se requiera de alguna ampliación para incluir a familiares que vienen de fuera. No se puede llevar a cabo un funeral en sábado.

    El funeral es simple y digno. El ataúd no está abierto ni se ha maquillado al difunto. En un funeral judío no se escuchará a nadie decir, «¡Caramba! ¡Qué bien se le ve!» o «¡Qué linda se le ve hoy!» El difunto no está «dormido» en el ataúd. El doliente ha de aceptar este hecho, y entre la muerte y el entierro debe confrontar la realidad de que ha habido muerte. El doliente se ha negado a sí mismo (de acuerdo con la ley talmúdica) a comer carne, tomar vino o licor, bañarse por placer, afeitarse, cortarse el cabello, tener relaciones maritales, embellecerse, ir a fiestas y a comidas festivas. Incluso se ha prohibido el estudio de la Torá con el gozo que lo acompaña. Ahora el doliente enfrenta el ataúd, rodeado de amigos. La familia y los amigos siguen el ataúd hasta el cementerio. El doliente echa un poco de tierra sobre el ataúd cuando éste es colocado en el suelo. Luego del entierro, los amigos preparan la primera comida para los dolientes.

  2. Un cristiano debe darse cuenta de que su nuevo cuerpo, aunque tiene cierta identidad con el que ahora posee, será un «cuerpo espiritual» nuevo (1 Corintios 15:35-44). Por lo tanto, no hay necesidad de tomar medidas extremas para asegurarnos de que nuestro «esqueleto» terrenal sea preservado del cambio y la descomposición. Dios ciertamente resucitará a aquellos cuyos cuerpos han sido completamente destruidos por el fuego, devorados por animales o deshechos totalmente por la descomposición. Para eso, Dios no tendrá que reunir las moléculas dispersas de nuestros cuerpos terrenales originales. Primera de Tesalonicenses 4:13-18 no implica que las cenizas en las urnas funerarias o que los cuerpos descompuestos o embalsamados que se encuentran en tumbas terrenales serán reconstituidos de repente. Más bien, la resurrección es la maravillosa ocasión en que los creyentes que han muerto volverán a recibir forma totalmente corporal, esta vez en un cuerpo glorificado e inmortal que nunca más podrá morir ni deteriorarse.