Jesús condenó la hipocresía con pretensiones de superioridad moral de los fariseos porque los cegaba y les impedía ver su necesidad de arrepentimiento y de un Salvador.

Muchos fariseos se enorgullecían de su manera estricta de evitar el pecado obvio y externo. Pero se negaban a ver dentro de ellos mismos y a reconocer la presencia de pecado interno que no se encontraba dentro de los límites de sus reglas hechas por hombres. Jesús sabía que a pesar de su obsesión con la perfección externa, se resistían con terquedad a ser conscientes de su corrupción interna y de su necesidad de gracia:

¡ Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! Porque limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de robo y de injusticia. ¡Fariseo ciego! Limpia primero lo de dentro del vaso y del plato, para que también lo de fuera sea limpio. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! Porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad (Mateo 23:25-28).

Jesús no se relacionó con «pecadores conocidos» como los publicanos porque minimizara el pecado de éstos (Lucas 19:1-10). Libremente se relacionó con ellos porque sabía que estaban más abiertos al arrepentimiento.

Y aconteció que estando él sentado a la mesa en la casa, he aquí que muchos publicanos y pecadores, que habían venido, se sentaron juntamente a la mesa con Jesús y sus discípulos. Cuando vieron esto los fariseos, dijeron a los discípulos: ¿Por qué come vuestro Maestro con los publicanos y pecadores? Al oír esto Jesús, les dijo: Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento (Mateo 9:10-13).

Los «pecadores» conocidos no estaban llenos de orgullo con pretensiones de superioridad moral, escondiendo deliberadamente sus pecados ocultos detrás de una fachada legalista de «justicia». Jesús fue intensamente irónico cuando dijo: «No he venido a llamar a justos al arrepentimiento.» Él sabía que los fariseos no eran justos, pero su apariencia de justicia les impedía aceptar el único remedio para su condición: el arrepentimiento y la fe en Él. Los pecados obvios de los «pecadores públicos» hicieron que fuera más probable que ellos se arrepintieran y buscaran en Jesús las respuestas que necesitaban.

Todos somos pecadores, tanto interna como externamente. Aunque puede que no seamos «pecadores públicos» conocidos, todos compartimos una naturaleza caída y a menudo nos controla la «carne», el –«principio del pecado»– dentro de nosotros (Romanos 8). Las severas advertencias de Jesús a los fariseos hipócritas explicaron claramente que el pecado que ignoramos y negamos no es menos grave en cuanto a sus efectos que el pecado del pecador público.

Escrito por: Dan Vander Lugt