No hay nada de malo en sentir que uno no quiere volver a casarse nunca más. Ciertamente, no existe el requerimiento de volver a casarse luego de una pérdida. De hecho, muchas veces las personas se lanzan a otra relación. Se unen a otra persona para evitar enfrentar su propia soledad y soltería, aunque puede que Dios quiera usar ese tiempo para atraerlas hacia una relación más profunda y más íntima con Él.

La soledad luego de la pérdida de alguien a quien se amaba profundamente puede ser tanto difícil como buena. Es difícil en el sentido de que se extraña profundamente a la pareja. Uno ya no se siente completo porque extraña a la «otra mitad». En todas partes, todo lo que la persona mire le recordará la ausencia de su cónyuge. Y uno simplemente comenzará a darse cuenta de cuán profundamente afectó esa persona cada aspecto de su vida. Su ausencia deja un agujero abierto en el corazón.

Al mismo tiempo, esta soledad y este dolor pueden ser buenos porque la ausencia del amor de su vida lo empuja hacia áreas de su corazón que a usted no le importaría evitar. Esta es la conclusión del autor de Eclesiastés:

Mejor es ir a una casa de luto que ir a una casa de banquete, porque aquello es el fin de todo hombre, y al que vive lo hará reflexionar en su corazón (Eclesiastés 7:2).

También es bueno porque en esos momentos de soledad, Dios lo invita a usted a aferrarse a Él de maneras que usted nunca pensó posibles o necesarias.

El dolor, la pena, y la soledad abren la puerta del corazón al gemir más profundo del alma que a menudo queda eclipsado por los cotidianos asuntos normales de la vida. Es este gemir el que refleja una insatisfacción medular y crónica con la vida en esta tierra «debajo del sol» ( Eclesiastés 1:13-14) y que nos lleva a anhelar el cielo (Romanos 8:23).

No sólo es éste un tiempo de dolor y pena, sino también un tiempo de vida y esperanza. Dios no ha terminado con usted. Usted no ha muerto. Dios todavía tiene planes para usted y esa es la razón por la que sigue aquí. Hay más por vivir y amar. Si bien puede que ese amor no signifique otro matrimonio, sí significa negarse a convertirse en un recluso que se aleja de sus relaciones con familiares y amigos.

Muchos abuelos que pierden a un cónyuge a menudo se niegan a aceptar invitaciones para pasar temporadas con sus hijos y nietos porque no quieren ser una carga para ellos. Sin embargo, a menudo se da lo opuesto. Las invitaciones de los hijos no son invitaciones a invadir sus vidas. Más bien son invitaciones para que el padre o la madre que queda se involucre más en sus vidas. Recuerde, ellos también perdieron a alguien que les era muy especial: su madre o su padre. Compartir su vida con ellos les da tiempo para sanarse mientras consolidan su amor por usted. Esta inversión en aquellos que están vivos reafirma la razón que Dios tiene para que usted esté vivo.

A menudo usted siente como que, al continuar con su vida, está ignorando la pérdida de su pareja. Pero salir corriendo a atender necesidades y luego regresar rápidamente a casa adonde usted se siente a salvo puede ser una negativa a seguir con su vida. Los momentos de soledad son una parte importante para desarrollar una relación más apasionada con Cristo, pero involucrarse en la vida con sus hijos, nietos y con amistades mutuas puede renovar su gozo de vivir. Usted puede encontrarse grandemente realizado al invertir su vida en las vidas de aquellos que tanto usted como su cónyuge amaban.

Por favor, no se sienta culpable de disfrutar la vida sin su cónyuge. No está traicionando su amor por él o ella al disfrutar de una maravillosa comida, volver a reír o deleitarse en sus nietos. Más bien, demuestra que usted reconoce que la vida es un precioso regalo de Dios. Y usted sabe que su cónyuge querría que usted complaciera al Señor viviendo su vida al máximo posible.

Escrito por: Tim Jackson