El comportamiento destructivo incluye elementos tanto de pecado como de «enfermedad». Algunas personas son especialmente susceptibles a tipos particulares de comportamiento destructivo. Por ejemplo, los hombres que abusan de las mujeres a menudo se han criado en familias en donde se abusaba de las mujeres. Imbuidos de desprecio por las mujeres, están predispuestos a utilizarlas como chivos expiatorios para su frustración. Es evidente que en un sentido, esta predisposición (o tentación acentuada) a degradar y a abusar de las mujeres se le puede llamar «enfermedad», ya que en buena parte fue inculcada por influencias externas.
¿Significa esto que la «enfermedad» de un abusador —el hecho de que ha sido dañado por el pecado y que en consecuencia es más propenso a abusar de las mujeres que los hombres que no han sido tan dañados— justifica su comportamiento abusivo? ¡Por supuesto que no! Su «enfermedad» nos ayuda a entender su comportamiento, pero no lo justifica. Él no es simplemente una víctima de las circunstancias externas, como alguien con meningitis o malaria. A pesar de las tendencias que heredó, en cada acto abusivo hay un elemento de pecado consciente y deliberado. Independientemente de sus antecedentes, él es capaz de resistir sus impulsos. Nadie está tan aislado de las leyes de la sociedad y de la influencia de la conciencia que sea totalmente inconsciente de la injusticia del abuso conyugal. Nuestro sistema legal reconoce esto a través del principio de que la ignorancia de la ley no es excusa. Los abusadores son responsables ante la sociedad de cualquier violación a las leyes contra el abuso conyugal. Además, un abusador es responsable ante Dios de cambiar hasta el punto en que sepa que su comportamiento está mal.
Algunas personas objetan hacer una distinción entre los impulsos internos enfermos y las acciones pecaminosas (pecado deliberado). Dicen que los impulsos y las emociones del abusador son tan pecaminosas como su decisión de cometer el abuso.
Es cierto que las emociones y los impulsos malignos de un abusador no son simplemente enfermedad. Son el resultado tanto del pecado original como del pecado personal, y son repulsivos y malignos en sí mismos. Sin embargo, no son pecaminosos en el mismo sentido y en el mismo grado que lo es una decisión consciente y personal de actuar pecaminosamente. (Vea el respuesta a la pregunta ¿Hace Dios responsables a los cristianos de sus pecados no premeditados e inconscientes?).
Si condenamos las predisposiciones enfermas tanto como las decisiones y acciones pecaminosas, no dejamos espacio para la compasión.
Jesús tuvo compasión de los pecadores (Mateo 9:12,13). Él enfatizó la importancia de tener compasión de las fallas de los demás:
Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste. ¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti? (Mateo 18:32, 33).
La razón por la que Jesús tuvo compasión fue que era consciente de que si bien las personas son pecadoras, éstas no se dedican enteramente a la maldad premeditada. En un sentido ellas también son víctimas del pecado.
Y Jesús andaba por todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, y proclamando el evangelio del reino, y sanando toda clase de dolencia y toda clase de enfermedad. Y viendo a las multitudes, Él sintió compasión por ellas, porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor (Mateo 9:35-36).
Si hemos de ser como nuestro Maestro, debemos poder tener compasión de las personas perdidas y pecadoras, al mismo tiempo que las hacemos responsables de su pecado premeditado.
Escrito por: Dan Vander Lugt